Date un capricho
Parque de El Capricho, el Versalles madrileño
¿Recuerdas la última vez que te concediste un capricho? ¿Aquella vez que saliste a cenar, improvisaste una escapada de fin de semana, visitaste un spa o te construirse un palacio? Bueno… cada uno en función de sus posibilidades… Esto debió pensar la duquesa de Osuna cuando ordenó construir el Palacio de El Capricho, el no va más del Madrid ilustrado en el siglo XVIII.
Aunque la Ilustración en España no terminó de calar, su centro neurálgico estuvo en Madrid. En la capital existía un ambiente cosmopolita, instituciones docentes modernas, prensa y una potente Sociedad Económica. Además, la aristocracia ilustrada protegía y financiaba la obra de artistas y científicos. Entre esa aristocracia madrileña destacó la duquesa de Osuna, una de las mujeres más destacadas del siglo XVIII español y de las mayores intelectuales de su época.
María Josefa de la Soledad Alfonso-Pimentel y Téllez-Girón (Madrid, 1750-1834) fue mecenas de artistas, toreros e intelectuales. Para departir con ellos, decidió construirse una casa de recreo, en un ambiente más relajado que el que ocupaba su palacio madrileño, ubicado en el solar en el que hoy se levanta El Seminario Conciliar, junto a los jardines de las Vistillas.
Los duques convirtieron El Capricho en punto de reunión de la alta sociedad y refugio de intelectuales. Por sus jardines desfilaron las personalidades más ilustres del momento. Una pequeña plaza de toros les recibía y a partir de ahí un laberinto de arbustos, un lago artificial, un salón de autómatas, un casino donde se celebraban timbas de cartas e incluso un falso ermitaño, a quien se dice que la duquesa pagaba para que se dejara crecer el pelo y las uñas y residiera en una falsa ermita en ruinas situada en el parque.
Los duques acordaron con este postizo ermitaño encargarse de su manutención mientras residiera en la ermita. Por su parte, Don Fray Ars, que así se llamaba el falso eremita, debería rezar por las almas de los duques y ayudar a salir del parque a los invitados que se hubieran perdido. Este personaje cumplió con su función durante casi 20 años.
Las fiestas en el Casino de baile, al que se llegaba en falúas navegando por el lago, atraían a lo más granado de la sociedad madrileña. En ellas eran habituales los recitales musicales de Luigi Boccherini y literarios de Don Ramón de la Cruz, Jovellanos o Moratín.
Al acceder al palacio, los jarrones de la Real Fábrica del Buen Retiro, los telescopios y las esferas astrales guiaban al visitante a una extraordinaria biblioteca, donde se celebraban tertulias y representaciones teatrales.
En las estancias del palacio podía disfrutarse de algunas de las obras más destacadas de Francisco de Goya: La familia de los Duques de Osuna, El conjuro, El aquelarre, La pradera de San Isidro, La era o La gallinita ciega colgaron de sus muros. Además, el pintor zaragozano llegó a pasar largas temporadas de reposo en esta finca para recuperarse de sus ataques depresivos.
Durante la invasión francesa de Madrid en 1808, la finca sirvió como asilo para las tropas napoleónicas y durante la Guerra Civil, en 1936, se convirtió en zona de guerra, llegando a construirse varios refugios antiaéreos subterráneos que aún hoy se conservan y pueden visitarse.
Además de Historia, este lugar está repleto de anécdotas. El 12 de junio de 1946, un avión que sobrevolaba el parque procedente del cercano aeropuerto de Barajas, tuvo que realizar un aterrizaje forzoso al perder uno de sus motores. El piloto dirigió el avión hacia la frondosa arboleda del Palacio, destruyendo el laberinto original que formaba parte de sus jardines y que años más tarde sería reconstruido a partir de los planos originales.
Actualmente el Parque del Capricho es el único jardín romántico que se conserva en Madrid. Aquel oasis de relax y cultura que permitía a los duques de Osuna alejarse de la Corte y reposar, sigue permitiendo hoy a los estresados madrileños darse un capricho de paz y silencio.