Vamos a contar mentiras
mentidero de los representantes, rumores y contratos
En pleno siglo XXI y en un mundo hipercomunicado como el nuestro… ¿imaginas no disponer de la información fluida e instantánea que nos brindan internet, las redes sociales, la televisión o la radio? Hoy, con solo un minuto de consulta a nuestros teléfonos móviles disponemos de más información que nuestros antepasados en varios años. En el Madrid del Siglo de Oro, la información estaba en la calle, en espacios públicos donde fluían las noticias, pero también los rumores y los cotilleos. Eran los “muros” de una singular “red social” castiza y se denominaban mentideros de la villa.
Después de que Felipe II fijara en ella la capital del Reino en el siglo XVI, Madrid dejó de ser un poblachón para convertirse en villa y corte.
La capitalidad generó muchos cambios, entre ellos un rápido crecimiento del comercio en la ciudad. De los puertos mediterráneos llegaban sedas, especias y otras mercancías de Oriente; de los puertos atlánticos, productos de las colonias americanas. El dinero se movía, había préstamos, llegaron importantes artesanos y las manufacturas madrileñas gozaban de una gran producción.
Nobles, funcionarios, poetas, actores, cortesanos, soldados, pícaros y gentes de toda condición y oficio, se instalaron con la intención de hacer fortuna en una ciudad que vio crecer sus límites a un ritmo desconocido.
La población se triplicó y la vida social en Madrid se volvió acelerada y efervescente. La muchedumbre quería estar al tanto de lo que sucedía en la capital del imperio más poderoso del mundo conocido, de lo que se decía en la corte, de lo que sucedía en las colonias… y, especialmente, de lo que se cotilleaba en las calles. Se demandaba información.
Por desgracia, hacerse con las últimas noticias en el Madrid de los Austrias no era ni tan fácil ni tan rápido como nos resultaría hoy. A mediados del siglo XVII se creó la primera Gaceta (la Gaceta ordinaria de Madrid), que con el tiempo se transformaría en la Gaceta de Madrid, antecesora del actual BOE, donde se recogían noticias más importantes del reino y de sus colonias.
Pero estos primitivos periódicos se publicaban mensualmente y las noticias no eran demasiado frescas que digamos… así que, de manera espontánea, surgieron los célebres mentideros: espacios públicos donde se reunía la gente en pequeños corros para comentar las noticias y los cotilleos de la villa y corte.
Los mentideros fueron durante todo el Siglo de Oro uno de los puntos de encuentro preferidos por los madrileños y de los que tuvieron mayor influencia en su vida cotidiana. En ellos la gente se reunía para conversar, recabar información y compartir chismorreos, practicando una especie de primitivo periodismo de boca en boca que mezclaba las noticias reales con los rumores y los cotilleos de todo tipo.
En ellos abundaban los intelectuales, pero sobre todo acudía gente del pueblo, de las clases bajas, que querían participar en la vida social de la ciudad. Ricos y pobres se mezclaban deseosos de llevar a casa, o a la taberna, información de los últimos sucesos, opinando sobre ellos e, incluso, aportando ellos mismos una primicia… aunque no siempre contrastada.
El Madrid del Siglo de Oro contaba con tres importantes mentideros:
Losas de Palacio. Estaba situado frente al antiguo Alcázar, actual Palacio Real. Allí se reunían los funcionarios de palacio o quienes tenían temas gubernativos en proceso, pero también aquellos que querían ver de cerca a los reyes cuando entraban o salían de palacio.
Las Gradas de San Felipe. Era el más famoso de los tres mentideros y se ubicaba en las escalinatas del Convento de San Felipe, en la actual confluencia de la Puerta del Sol y la Calle Mayor. Un lugar ideal para contemplar el desarrollo de la vida madrileña, en pleno centro neurálgico de la ciudad.
En él se podía desde contratar mercenarios para negocios de dudosa honra, hasta recibir noticias de todo el Imperio español, incluidas las colonias, dada su proximidad con la casa de postas.
El tercer mentidero de la villa era quizá el más peculiar: el llamado Mentidero de representantes, en pleno barrio de las Musas, antiguo barrio de comediantes y artistas, actual barrio de las Letras.
Si existía un lugar donde verdaderamente se concentraba pasión y literatura durante el Siglo de Oro era en ese Mentidero de representantes. Estaba situado en una pequeña plazuela conformada por las calles del León, Francos (actual Calle Cervantes) y Cantarranas (actual Calle Lope de Vega), a un paso de la vivienda que habitó Cervantes y muy cercana de la casa del Fénix de los ingenios.
A partir de las diez de la mañana este mentidero comenzaba a cobrar vida y hacia las doce del mediodía estaba en su máximo apogeo, tras acabar la misa en la cercana iglesia de San Sebastián, donde las gentes del teatro rezaban a su patrona, la Virgen de la Novena.
Allí acudían los comediantes (actuales actores), autores (actuales productores) y poetas cuando buscaban trabajo los primeros, una buena obra que llevar al corral de comedias los segundos y un buen patrocinador que les encargara un trabajo los últimos.
También allí se reunía la gente de la farándula, formando pequeños corros en los que se comentaban los estrenos de las nuevas obras, la actuación de los artistas, las rivalidades entre las compañías de teatro, se chismorreaba sobre los amoríos de los actores y las actrices o sobre los rumores más importantes que corrían por la Villa y que posteriormente servían de tema a las comedias que se estrenaban en los cercanos corrales de La Pacheca y de la Cruz.
Seguramente en este mentidero se dio buena cuenta de los amoríos de la Calderona, una de las actrices más famosas del siglo XVII, con quien Felipe IV tuvo un hijo, don Juan José de Austria.
El clima tan concurrido de este mentidero, también fomentó las anécdotas. Se sabe que, en 1629, Pedro Calderón de la Barca, recién llegado de Flandes, paseaba por estas calles con su hermano José. Sin mediar palabra, el actor Pedro de Villegas propinó una puñalada por la espalda a José (en amoríos con su hermana) y huyó a la carrera, refugiándose en el cercano Convento de las Trinitarias Descalzas.
Los perseguidores asaltaron el convento de clausura sin dar con el agresor por ninguna parte, y ante el rumor de que el huido se había vestido de monja, decidieron levantarle el velo a todas para encontrarlo, generando conmoción entre las religiosas.
Casualmente, la priora del convento era la hija de Lope de Vega, sor Marcela de San Félix, a la que el escritor adoraba. Por eso Lope, indignado con los hechos, comenzó a extender rumores mordaces contra Calderón por haber fomentado el asalto.
Calderón, por su parte, se la devolvió a los pocos días cambiando unos versos de su obra El Príncipe Constante para su estreno, mofándose del Fénix de los ingenios. Finalmente, el propio Rey Felipe IV tuvo que mediar para conseguir la paz entre ambos literatos.
El mismo Lope de Vega solía dejarse ver por los alrededores de este mentidero, donde era frecuentemente vitoreado. Mientras tanto, su enemigo y vecino, el alcalaíno Miguel de Cervantes, podía escuchar a través de las ventanas de su vivienda y sin necesidad de salir a la calle, las críticas que se realizaban a sus última obras.
Otros ilustres vecinos de la zona, asiduos participante en estos corrillos, fueron Tirso de Molina, Vélez de Guevara, Rojas Zorrilla, Francisco de Quevedo y Luis de Góngora.
Durante el siglo XIX, los cambios urbanos promovidos por José Bonaparte y las posteriores desamortizaciones acabaron con los mentideros de la villa. El espíritu del mentidero de representantes se trasladó entonces a la plaza de Santa Ana, entorno al Teatro Español, al Teatro de la Comedia y a las primeras tertulias políticas y literarias de Madrid.
Hoy, una placa en la Calle del León nos recuerda que este fue lugar de reunión de los más granados artistas, actores y representantes teatrales del Siglo de Oro… unas aceras que esconden buena parte de la Historia de la capital y en las que resuenan los ecos de aquel mentidero, como un murmullo de fondo que viene de siglos pasados y sin el que Madrid no sería MADRID.