Tejedoras del habla

Relieve de las telefonistas en el Edificio Telefónica de Madrid

Relieve en recuerdo a las telefonistas madrileñas. Madrid, 2024 ©ReviveMadrid

Telefonistas madrileñas, una llamada a la igualdad


¿Quién dijo que una mujer no podía ser moderna en 1920? En una época en la que la mayoría de las trabajadoras españolas quedaban relegadas al ámbito doméstico o a trabajos mal remunerados, las telefonistas madrileñas rompieron moldes en un mundo eminentemente masculinizado como uno de los primeros colectivos femeninos en obtener un trabajo competente, desafiando los estereotipos sociales y convirtiéndose en precursoras de lo que hoy denominamos ‘mujeres empoderadas’.

La lucha de estas pioneras sentaría las bases de los derechos laborales para las generaciones posteriores, demostrando que la independencia económica de la mujer no era solo un sueño, sino una meta alcanzable tras un camino largo y complejo, repleto de esfuerzo, superación y esperanza.

De amas de casa a trabajadoras asalariadas_

A principios del siglo XX el trabajo remunerado para las mujeres españolas era una excepción, no la norma. Embarazos, partos, lactancia y cuidado de los hijos ocupaban un tiempo importante en la vida de muchas mujeres; además, las amas de casa realizaban en los hogares numerosas tareas dirigidas a la subsistencia y cuidado de sus familias, que variaban en función de las clases sociales.

Una buena parte del trabajo de aquellas mujeres no está contabilizado en los censos, como sucede con el gran número de mujeres que atendían a huéspedes alojados en sus casas. La preparación de la comida, el lavado y cosido de la ropa, la limpieza de la habitación, realizados en el hogar para los inquilinos, se convirtieron en un trabajo de las amas de casa que resulta esencial para la economía familiar.

Hacia 1910 algunas mujeres comenzaron a asomarse tímidamente al mercado laboral, en el ámbito de la agricultura, la industria textil, las fábricas de tabacos o como empleadas domésticas.

La precariedad, los salarios bajos y las largas jornadas marcaban el trabajo diario de estas pioneras, cuyo ejemplo comenzaba a cuestionar el rol tradicional de la mujer como esposa, madre y cuidadora exclusiva del hogar.

En paralelo, la migración del campo a las ciudades generó nuevas oportunidades para el mercado laboral femenino. Costureras, lavanderas y vendedoras ambulantes comenzaron a aparecer en los mercados urbanos. Estas mujeres, a menudo invisibilizadas, desempeñarían un papel esencial en el desarrollo económico de las ciudades.

Los años 20 y 30: el nacimiento de la ‘mujer moderna’_

Con la modernización de la sociedad española en los años 20 y 30, emergió una nueva figura: la mujer instruida y profesional. Este fenómeno, impulsado por los avances en educación y la necesidad de mano de obra cualificada, permitió que muchas jóvenes accedieran a empleos en sectores como la enseñanza o el comercio, contribuyendo económicamente a la estabilidad familiar y llegando a gozar de una independencia inusual para la época.

Este fue un período de grandes avances, pero también de contradicciones. La Segunda República trajo consigo reformas laborales importantes, como el reconocimiento del derecho al trabajo en igualdad de condiciones entre hombre y mujer. Sin embargo, la autorización marital seguía siendo un obstáculo para muchas trabajadoras, y la maternidad se mantuvo como un deber ineludible que limitaba sus oportunidades laborales fuera del hogar.

Guerra Civil: la mujer en la retaguardia_

Durante la Guerra Civil, las circunstancias excepcionales llevaron a una mayor participación femenina en fábricas, hospitales y servicios sociales.

La presencia masculina en los frentes obligó a las mujeres a asumir un rol más activo en la economía y en los servicios públicos. En las zonas republicanas, incluso participaron como milicianas, aunque su principal labor se desarrolló en fábricas, hospitales y servicios sociales.

Por su parte, en las zonas controladas por los sublevados, el régimen fomentó un modelo más tradicional. La Sección Femenina de Falange y las Margaritas tradicionalistas se ocuparían de trabajos de confección, enfermería y labores agrarias.

Aunque estas contribuciones resultaron cruciales, el conflicto también marcó el inicio de décadas de retroceso bajo el régimen franquista.

Dictadura franquista: retroceso y resiliencia_

Tras la guerra, el franquismo impuso un modelo de mujer centrado exclusivamente en el hogar. Las políticas del régimen promovían la figura de la madre y esposa abnegada, relegando a las mujeres al ámbito doméstico.

Sin embargo, la realidad económica de la posguerra obligó a muchas mujeres a trabajar para mantener a sus familias, especialmente aquellas cuyos compañeros habían muerto, se vieron represaliados o ganaban salarios ínfimos.

En este contexto, las mujeres encontraron formas de adaptarse. Multitud de mujeres, cuya profesión era oficialmente la de ‘sus labores’, rabajaron en el mercado informal como costureras o asistentas para ganarse la vida. Aunque estos empleos eran precarios y mal remunerados, representaron una muestra de resiliencia femenina frente a las adversidades.

En sectores como la enseñanza o la sanidad, las mujeres también lograron mantenerse activas, desafiando las barreras sociales y legales.

Lamentablemente, las consecuencias de la guerra y las limitaciones que las mujeres encuentran en el mercado de trabajo se combinaron para provocar un aumento importante de la prostitución, que hasta 1956 se ejerció en dos modalidades: legal, en las llamadas ‘casas de tolerancia’, y clandestina, la que se practicaba en la calle.

Años 60 y 70: hacia la transformación social y laboral_

La década de los 60 marcó el inicio de una profunda transformación. La industrialización y la urbanización conllevaron un cambio en los roles tradicionales de género. Cada vez más mujeres accedían a la educación superior y aspiraban a carreras profesionales.

Aunque seguían enfrentando discriminación y una carga desproporcionada en el hogar, las trabajadoras de esta época comenzaron a cuestionar abiertamente las normas establecidas. La idea de compatibilizar la vida laboral y familiar cobró fuerza, sentando las bases para las luchas feministas de las décadas siguientes.

Transición y democracia: nuevas oportunidades, nuevas luchas_

Con la llegada de la democracia, las mujeres madrileñas alcanzaron importantes logros en su lucha por la igualdad. La Constitución de 1978 reconoció la igualdad de derechos, abriendo el camino a reformas legislativas que eliminaban muchas de las barreras legales que habían limitado su participación en el mercado laboral.

Las décadas posteriores estuvieron marcadas por la consolidación de estos avances. Leyes como el Estatuto de los Trabajadores de 1980 o la Ley de Conciliación de la Vida Laboral y Familiar de 1999 reflejaron un compromiso con la igualdad de género. Sin embargo, las mujeres continuaron enfrentando desafíos, como la brecha salarial y la sobrecarga de trabajo doméstico no remunerado.

En este largo recorrido, un colectivo icónico ejemplifica la evolución de la mujer en el mundo laboral durante el siglo XX. Consideradas símbolo de modernidad, estas trabajadoras conectaron a un país en transformación y demostraron que el trabajo podía ser un espacio de oportunidades para todas; nos referimos a las telefonistas madrileñas.

Telefonistas madrileñas: iconos del cambio_

En las primeras décadas del siglo XX, el paisaje urbano de Madrid comenzó a transformarse, y no solo por la llegada de los primeros automóviles o las construcciones modernistas. En el emblemático edificio de Telefónica en Gran Vía, un grupo de jóvenes marcaba un hito en la historia laboral femenina: las telefonistas. Estas trabajadoras no solo conectaron llamadas, también simbolizaron el despertar de la independencia económica y social de la mujer española en un país anclado en tradiciones limitantes.

Voces deL PROGRESO_

La llegada de la telefonía a España, a comienzos del siglo XX, trajo consigo una excepción inesperada al monopolio laboral masculino. La Compañía Telefónica Nacional de España (CTNE), fundada en 1924, no solo revolucionó las comunicaciones en nuestro país, sino que abrió la puerta a una de las primeras profesiones netamente femeninas.

La empresa, que tenía el monopolio de las telecomunicaciones en nuestro país, necesitaba personal para operar sus centrales manuales y las mujeres resultaron ser las candidatas ideales para este trabajo. Al parecer, el timbre de voz femenino era más comprensible en un momento en que la comunicación telefónica no era excesivamente buena. Pero además cobraban un sueldo inferior al de los hombres, eran hábiles y disciplinadas y habían demostrado una extrema paciencia en su trato diario con los usuarios.


Las telefonistas se convirtieron así en una pieza clave para el funcionamiento de un sistema que requería conexión manual entre líneas.

Las primeras telefonistas_

Las primeras telefonistas se incorporaron en 1924, paralelamente a la expansión de la CTNE. Eran, en su mayoría, mujeres jóvenes, urbanas y con estudios primarios. Muchas de ellas ya contaban con experiencia en otras compañías telefónicas.

Con mejores condiciones laborales y sueldos superiores a los habituales en sectores femeninos, este puesto de trabajo resultaba muy apetecible. Por ello, el acceso al empleo no era sencillo y las aspirantes debían cumplir unos requisitos estrictos: ser solteras, tener entre 18 y 27 años, no usar gafas y superar un proceso selectivo que incluía exámenes de cultura general, dictados, pruebas de matemáticas, geografía y, curiosamente, la capacidad de extender los brazos hasta una distancia mínima de 1,55 metros, ya que debían poder manejar equipos amplios.

Modernidad y solidaridad_

Las telefonistas no eran sólo trabajadoras, también representaban una nueva forma de feminidad. Su imagen, cuidada por las estrategias de relaciones públicas de la compañía, las mostraba como mujeres profesionales y modernas: sus uniformes elegantes y funcionales, inspirados en las trabajadoras estadounidenses, y su presencia en el primer rascacielos del país, las convirtieron en icono del Madrid de los años 20 y 30.

A diferencia de otros trabajos femeninos, ser telefonista representaba mucho más que un empleo, se trataba de una oportunidad de ascenso social, ya que brindaba el acceso a un sueldo, libertad personal y un entorno laboral donde las trabajadoras podían relacionarse con otras mujeres en su misma situación.

Entre las telefonistas se generaron fuertes lazos de solidaridad y compañerismo. En las salas de descanso compartían experiencias y forjaban una comunidad que trascendía las diferencias de clase y procedencia. Este sentimiento de unidad fue clave para afrontar las exigencias de un trabajo que, aunque revolucionario, también era muy demandante.

Entre turnos y tecnología_

La jornada de las telefonistas era exigente. Se organizaban en turnos de mañana, tarde y noche, para cubrir un servicio que operaba las 24 horas.

Su productividad era estrictamente supervisada y debían trabajar bajo normas rígidas que incluían guardar secreto de las conversaciones mantenidas con los abonados.

Al comenzar el turno, se sentaban frente a los enormes paneles llenos de cables y conectores, dispuestas a establecer manualmente las conexiones telefónicas. Sin embargo, sus funciones no se limitaban a facilitar la comunicación entre abonados, también incluían servicios curiosos como el de "despertador", que ofrecía una amable llamada para despertar al cliente con una melodía.

La labor de las telefonistas requería máxima concentración y paciencia, pues el ritmo de trabajo era intenso y los tiempos de atención eran medidos con precisión.


Pros y contras_

A diferencia de otros sectores, las empleadas de la CTNE contaban con seguro médico y acceso a actividades recreativas organizadas por la empresa.

Por contra, las telefonistas cobraban aproximadamente una cuarta parte del sueldo que percibían los hombres en puestos equivalentes. Además, aunque se trataba de un empleo cualificado, las oportunidades de promoción a cargos de mayor responsabilidad estaban prácticamente vetadas para las mujeres.

Las condiciones del trabajo también dificultaban conciliar con la vida personal, hasta el punto de que el matrimonio implicaba el cese inmediato en el trabajo, motivo por el que muchas telefonistas permanecieron solteras para conservar su empleo.

El final de una era_

Con el avance de la tecnología en los años 60 y 70, la telefonía manual comenzó a desaparecer. Los procesos automatizados redujeron drásticamente la necesidad de personal en las centrales telefónicas y las últimas telefonistas fueron trasladadas a pequeños centros rurales o a servicios específicos, como información y averías. Finalmente, en 1988 el colectivo desapareció definitivamente.

El relieve de bronce que hoy encontramos en el hall central del Espacio Fundación Telefónica nos recuerda la labor de las telefonistas, mujeres pioneras que, a base de esfuerzo y determinación, dejaron una profunda huella en la historia laboral femenina de nuestro país.

El camino aún por recorrer_

Las telefonistas madrileñas no solo conectaron voces, también conectaron generaciones. Fueron el eco de una sociedad en transformación y el preludio de las reivindicaciones que las mujeres trabajadoras continúan defendiendo en la actualidad.

Y es que, el trayecto hacia la igualdad real sigue en marcha. Muchas trabajadoras continúan hoy enfrentando brechas salariales, techos de cristal y dobles jornadas que les impiden combinar empleo y cuidado familiar.

Recordar la historia de aquellas pioneras telefonistas nos permite valorar su contribución, pero también reflexionar sobre todo lo que aún queda por lograr en la lucha por la igualdad… conscientes de que si ellas pudieron abrirse camino en un mundo que las excluía, nosotros podremos hacerlo hacia una sociedad verdaderamente igualitaria.

Imagen de una telefonista madrileña

Telefonista madrileña

Le entra a uno una oleada de contrición al ver a las telefonistas, destinatarias de nuestros malhumores. ¿Dónde hay allí sitio ni tiempo para la imaginada taza de café o la novela o el chisme o el chicoleo con el abonado? Entré de puntillas y no vi más que espaldas azules curvadas sobre unos diálogos tan automáticos como los instrumentos.
— José María Pemán


¿Dónde puedo encontrar el edificio de telefónica en madrid?