Juguetes rotos
hospicio de san fernando, hogar de los niños perdidos
¿Existen recuerdos más hermosos en la vida de una persona que los de su infancia? Sentirnos cuidados y arropados por el cariño de unos padres puede marcar nuestra vida… aunque la realidad es que no todos los niños gozan de este amor. Despreciados desde su nacimiento, muchos han sido abandonados y entregados a la inclusa y otros centros de acogimiento en Madrid a lo largo de los siglos.
En 1563, se creó en Madrid el Convento de la Victoria, situado junto a la Puerta del Sol, con el fin caritativo de recoger a los niños expósitos madrileños y darles cobijo.
En esa misma época, la ciudad flamenca de Enkuissen era disputada por las tropas españolas de los tercios y por los holandeses. Al conquistarla, los españoles encontraron en una iglesia un cuadro de la Virgen de la Paz rodeada de ángeles, con un niño a sus pies. A su regreso a España, los tercios regalaron al rey Felipe II esta imagen y el monarca decidió donarla a Convento de la Victoria, donde pronto fue objeto de enorme devoción entre los madrileños.
Al no saber pronunciar bien el nombre de la ciudad flamenca, se comenzó a conocer la advocación como Virgen de la “inclusa”. Poco a poco esta palabra fue utilizada en el lenguaje popular para denominar a todas las instituciones dedicadas a la recogida de niños expósitos.
La procedencia de estos niños era muy diversa. Generalmente se trataba de recién nacidos abandonados en la calle, en las puertas de iglesias y conventos o en los tornos que se habilitaron para ello en la propia Inclusa, en el templo de San Ginés, y en el Puente de Segovia, junto al tramo del río Manzanares al que solían acudir las lavanderas.
Los niños casi siempre eran de padres desconocidos y llegaban en tan malas condiciones físicas que su índice de mortalidad era casi siempre del 100% en los primeros días.
Los tornos se instalaron para que las madres pudieran dejar a sus hijos en un lugar de acogida manteniendo su privacidad. Junto a la criatura solía aparecer una nota en la que sus progenitores explicaban si estaba o no bautizada y si se le había impuesto algún nombre. Además, se hacía un llamamiento a la caridad para su cuidado.
Cuando el niño accedía a la inclusa, inmediatamente era registrado en un libro de entradas. Después se le lavaba, se le ponían ropas limpias y se le abrigaba con mantas o junto a una lumbre para que entrara en calor. Posteriormente, un médico le revisaba en busca de síntomas de enfermedades contagiosas, sobre todo sífilis, para en ese caso destiñarle.
A todos los niños se les ponía, como seña identificativa, una cinta al cuello de la que colgaba una medalla, en cuyo anverso estaba grabada una imagen de la Virgen y en el reverso un número y la fecha de ingreso. Esta medalla les acompañaba hasta su salida definitiva del centro.
Además del torno, los niños podían llegar a la inclusa desde el Hospital de los Desamparados, donde se atendía a las llamadas “paridas clandestinas”, cuyos hijos, nada más nacer, eran trasladados a la inclusa.
Otros niños acogidos eran los nacidos en hospitales como el de Antón Martín, dedicados a enfermedades infecciosas como sarna, tiñas, úlceras y, sobre todo, mal gálico. Al nacer pasaban a la inclusa hasta que sus madres se recuperaran o bien, si éstas fallecían, fueran reclamados por el padre u otros familiares.
Habitualmente, familias con graves problemas económicos dejaban a sus hijos al cuidado de esta institución con el compromiso de recogerlo cuando su situación mejorase, cosa que en muchas ocasiones no llegaba a suceder.
Gran parte del personal de una inclusa lo componían las nodrizas. A veces las propias madres se quedaban a vivir en el centro para poder seguir alimentando a sus hijos, ofreciendo a cambio su trabajo en las labores domésticas. Sin embargo, en la mayoría de los casos había que contratar nodrizas externas.
Se exigían varias condiciones a las mujeres aspirantes a nodrizas: que fueran jóvenes y estuvieran sanas, madres de más de un hijo, que no hubiesen abortado y que sus hijos hubiesen sido concebidos dentro de un matrimonio legítimo y cristiano. A la hora de la verdad, ante la escasez de candidatas y la necesidad de ellas, se aceptaba prácticamente a cualquiera: prostitutas, madres solteras o amancebadas, enfermas, alcohólicas, etc.
La primera fuente de ingresos que sostuvo a la inclusa fueron los donativos de los fieles de la iglesia de la Victoria. Ya en el siglo XVII se decidió contribuir con una parte de las ganancias que se obtenían del teatro y de los toros.
De los dos principales teatros de la capital, el Teatro del Príncipe (actual Teatro Español) y el de la Cruz, se cedía un tercio de la recaudación. La antigua plaza de toros de Madrid también dedicaba parte de este dinero a la inclusa. Actualmente, la plaza de las Ventas continúa con su aportación, organizando anualmente la llamada corrida de la Beneficencia, durante la Feria de San Isidro.
En la inclusa los niños permanecían el tiempo que duraba la lactancia, por lo general 18 meses, y la llamada crianza, que se extendía hasta los siete años. Una vez transcurrido ese tiempo debían abandonar el centro, quedando repartidos en otros centros de acogida.
Las niñas pasaban al Colegio de La Paz, donde aprendían un oficio y podían permanecer de por vida o bien hasta que contrajeran matrimonio. Los niños, llegada la edad de salir de la inclusa, pasaban al Hospital de los Desamparados, en la calle del mismo nombre, donde compartían vida con pobres y enfermos adultos.
En otros casos, el lugar de destino de los niños era este Real Hospicio del Ave María y San Fernando, donde se les enseñaban oficios manuales hasta los catorce años y se les buscaba acomodo laboral. Ubicado en la Calle Fuencarral, actualmente acoge el Museo de Historia de Madrid. Se trata de una de las mejores muestras de decoración barroca de la capital, gracias a la maravillosa portada que Pedro de Ribera diseñó en 1721.
A principios del siglo XIX se formó la asociación de Damas de Honor y Mérito, integrada por mujeres de la nobleza, bajo la presidencia de doña María Josefa Alfonso de Pimentel y Téllez Girón, condesa de Benavente y duquesa de Osuna, encargadas de la gestión de la inclusa. Su gran logro fue conseguir la incorporación de las Hermanas de la Caridad, monjas que dieron un impulso fundamental a la institución, tanto en lo asistencial del centro como en lo organizativo.
En 1807 la inclusa se instaló en la Calle Embajadores, donde se criaría uno de los personajes más emblemáticos de la historia madrileña, Eloy Gonzalo, héroe de Cascorro.
Durante la Guerra Civil, con la aproximación de los frentes de combate a la capital, se estableció un plan de evacuación de niños acogidos. Se crearon Colonias Escolares alejadas de la crudeza bélica, no sólo para los niños sino también para las nodrizas, madres internas con sus hijos y personal sanitario.
En sus primeros cuatro siglos de existencia, la inclusa de Madrid recogió a más de 650.000 niños. Su interés fue siempre conseguir familias que adoptaran a los niños, sin embargo la adopción no era ni mucho menos una práctica habitual en aquella sociedad. Las familias que tenían hijos propios los tenían en gran número y las que no los tenían no consideraban adoptar a uno de los niños recluidos en estas instituciones.
Actualmente la situación de estos niños ha cambiado para bien, ya que hoy existen más padres sin hijos que hijos sin padres. Sin embargo, aunque el número de niños en situación de total abandono en nuestro país es muy pequeño, siguen necesitando todo el esfuerzo social e institucional. Un esfuerzo que tanto la inclusa como las instituciones de beneficencia continúan desarrollando desde hace más de cuatro siglos… una labor extraordinaria que no sólo merece un homenaje sino un lugar destacado en la Historia de nuestro país.