La fuerza del destino

Monumento a Julián Gayarre en Madrid. Historia de Madrid

Monumento a Julián Gayarre. Madrid, 2018 ©ReviveMadrid

julián gayarre: una voz sin rival

¿Imaginas cómo un humilde pastor de las montañas navarras podría llegara a ser ovacionado como cantante en los teatros más prestigiosos del mundo? La respuesta se encuentra en la extraordinaria vida de Julián Gayarre, ‘la voz sin rival’. Un hombre cuya pasión desbordante y talento innato conquistaron los corazones de todos aquellos que tuvieron el privilegio de escucharle.

Reconocido como uno de los tenores más excepcionales de su tiempo, Gayarre dejó un legado artístico que ha trascendido generaciones, inspirando tanto a cantantes como a melómanos de todo el mundo. Su historia, entretejida con esfuerzo, superación y un destino casi mágico, sigue siendo un ejemplo inmortal que merece ser recordado y celebrado.

El tenor lírico español en el siglo XIX_

En la música del siglo XIX, el tenor lírico se consolidó como una figura fundamental en la ópera y zarzuela, dos géneros que marcaron profundamente la vida cultural española. Aunque influenciado por las tradiciones italianas y francesas, el tenor español desarrolló características propias que lo distinguieron en el panorama operístico europeo. Estas peculiaridades no solo reflejaron la riqueza de la tradición musical española, sino también las sensibilidades culturales y sociales del país durante ese periodo.

La expresividad y calidez vocal_

Una de las características más notables del tenor lírico español del siglo XIX fue su énfasis en la expresividad emocional. Los intérpretes españoles, quizás influenciados por la herencia de la música popular y la tradición del romance, buscaban transmitir con claridad los sentimientos más profundos de los personajes que representaban. Este enfoque no solo era evidente en la ópera, sino también en la zarzuela, donde la conexión emocional con el público resultaba fundamental.

La voz del tenor español se caracterizaba por una calidez especial, capaz de transmitir tanto la melancolía como la pasión con una intensidad única. Esta cualidad fue especialmente valorada en obras que requerían un alto grado de dramatismo, como las óperas de Donizetti o Verdi, muy populares en los teatros españoles de la época. En contraste con los tenores italianos, más enfocados en la perfección técnica y la potencia vocal, los españoles destacaban por su capacidad de emocionar y crear un vínculo directo con los espectadores.

Claridad y dicción impecable_

Otra característica distintiva del tenor lírico español era la claridad en la articulación del texto. Esto respondía a una tradición musical que daba gran importancia a la palabra cantada, especialmente en géneros como la zarzuela, donde el entendimiento del texto era esencial para el desarrollo de la trama. Los tenores españoles se esforzaban por preservar esta claridad incluso en repertorios extranjeros, lo que les confería un sello distintivo frente a sus colegas europeos.

En este sentido, se puede considerar que los tenores españoles del siglo XIX fueron verdaderos narradores vocales. Su habilidad para comunicar la historia y las emociones de los personajes a través de una dicción impecable les permitió destacarse no solo en España, sino también en escenarios internacionales.

La formación de los tenores españoles del siglo XIX estaba profundamente arraigada a las tradiciones musicales locales. Muchos de ellos iniciaban su carrera cantando en iglesias, orfeones o en pequeños teatros de provincia, donde se familiarizaban con repertorios religiosos y populares antes de abordar la ópera o la zarzuela. Esta base les proporcionaba una técnica sólida y una sensibilidad musical que posteriormente perfeccionaban en los conservatorios y escuelas de canto que empezaron a consolidarse en ciudades como Madrid y Barcelona.

A mediados del siglo XIX, España contaba ya con una red de instituciones musicales que fomentaban el desarrollo de talentos locales. El Real Conservatorio de Música de Madrid, fundado en 1830, desempeñó un papel clave en la formación de cantantes. Además, muchos tenores completaban su educación en Italia o Francia, donde absorbían las influencias de las grandes tradiciones operísticas europeas.

entre la ópera y la zarzuela_

Una de las características más particulares de los tenores líricos españoles era su versatilidad. A diferencia de sus contemporáneos italianos o franceses, que solían especializarse exclusivamente en ópera, los españoles solían alternar entre la ópera y la zarzuela. Este doble repertorio exigía una flexibilidad vocal y actoral única, ya que ambos géneros presentaban desafíos técnicos y estilísticos muy diferentes.

En la ópera, el tenor español debía enfrentarse a las exigencias del repertorio romántico, con sus líneas melódicas largas y ornamentadas, así como con el uso del ‘canto spinto’ en momentos de gran dramatismo. Por otro lado, la zarzuela requería una interpretación más ligera, con pasajes hablados y un estilo vocal más cercano al canto popular. Esta adaptabilidad fue una de las claves del éxito de los tenores españoles tanto dentro como fuera del país.

Influencia de la identidad nacional_

El repertorio de los tenores españoles del siglo XIX estaba profundamente influenciado por el contexto cultural y político del país. La zarzuela, como género nacional, desempeñó un papel fundamental en la consolidación de una identidad musical española. Obras como Jugar con fuego de Barbieri o Marina de Arrieta ofrecían a los tenores la oportunidad de interpretar roles que conectaban directamente con el público español, tanto por los temas tratados como por la música inspirada en melodías populares.

Al mismo tiempo, los tenores españoles abrazaron con entusiasmo el repertorio internacional. Las óperas italianas y francesas dominaron los teatros de Madrid y Barcelona, y muchos tenores se convirtieron en embajadores de este repertorio en otros países. Sin embargo, incluso en el repertorio extranjero, los intérpretes españoles lograban imprimir un sello único, combinando la herencia técnica europea con su sensibilidad y expresividad distintivas.

Con estas características como base, figuras como el navarro Julián Gayarre lograron trascender las fronteras nacionales y convertirse en referentes universales del tenor lírico. Su capacidad para combinar técnica, emotividad y versatilidad marcó un punto de inflexión en la historia del género.
 Y es que hablar de Gayarre es sumergirse en una historia fascinante que mezcla talento innato, perseverancia y un legado inmortal, una vida casi de leyenda que bien podríamos titular, al igual que la ópera de Verdi, La fuerza del destino.

Los inicios de un talento singular: De pastor a la música_

Sebastián Julián Gayarre nació el 9 de enero de 1844 en Roncal, un pequeño pueblo enclavado en las montañas de Navarra, en el seno de una familia humilde. Era el menor de cuatro hermanos en un hogar donde los recursos eran escasos, por lo que no pudo recibir estudios. Su padre, José, se dedicaba al pastoreo, mientras su madre, María, entregaba su vida al cuidado del hogar y sus hijos. Desde temprana edad, Julián conoció el rigor del trabajo; con apenas trece años ya acompañaba a su padre en las montañas, cuidando del rebaño en las frías sierras pirenaicas.

Sin embargo, el espíritu de Julián no parecía estar destinado al pastoreo. Pasaba más tiempo silbando melodías, especialmente zarzuelas, que atendiendo al rebaño, lo que llevó a su padre a buscarle un empleo en Pamplona. Allí comenzó como aprendiz en una quincallería, donde debía vender cintas y puntillas. Pero su pasión por la música le jugó una mala pasada: apenas unos días después de haber comenzado, fue despedido por su patrón, quien lo sorprendió absorto siguiendo el desfile de una banda militar en lugar de atender a los clientes.

Parecía que Julián no lograba encontrar su rumbo. Sin embargo, en un tercer intento, consiguió empleo como herrero en la cercana localidad de Lumbier. Fue allí, mientras trabajaba en la forja, donde su talento innato comenzó a brillar. Cantaba jotas para alegrar las jornadas de sus compañeros, quienes, maravillados por su voz, le animaron a inscribirse en el Orfeón Pamplonés.

Este paso resultó crucial: el director del Orfeón, Hilarión Eslava, reconoció en Gayarre un talento único, un diamante en bruto. Eslava, sacerdote y músico, le brindó su apoyo y le ayudó a viajar a Madrid para estudiar en el Real Conservatorio. Por fin, el horizonte de Julián Gayarre se despejaba, y la música comenzaba a definir su destino.

El ascenso a la fama: reconocimiento internacional_

Aunque su talento era incuestionable, Julián pronto descubrió que sus aspiraciones superaban los recursos disponibles en España. Sin los medios económicos necesarios para continuar su formación, regresó desanimado a Roncal, dispuesto a abandonar su sueño y buscar otro oficio. Sin embargo, sus paisanos no estaban dispuestos a rendirse. Conmovidos por el potencial del joven, reunieron el dinero necesario para enviarle a Milán, cuna de la ópera, donde recibiría la formación adecuada para pulir su extraordinaria voz.

En Milán, Gayarre comenzó a perfeccionarse bajo la tutela de grandes maestros. Apenas un año después, tuvo la oportunidad de debutar en su primera ópera, L’elisir d’amore de Gaetano Donizetti. Tristemente, el día del estreno, el 20 de septiembre de 1869, recibía un telegrama con la noticia más devastadora que pudiera imaginar: la muerte de su madre. Pese al dolor, salió a escena y, al interpretar el aria Una furtiva lágrima, conmovió profundamente al público milanés, que, al conocer su pérdida, le dedicó una ovación cargada de emoción. Fue el inicio de una carrera meteórica.

A partir de ese momento, Julián Gayarre brilló en los principales escenarios operísticos del mundo: Londres, Milán, Rusia, Buenos Aires, Viena, Berlín, París y, por supuesto, Madrid. Su voz, dotada de una calidez y potencia únicas, lo convirtió en una figura inigualable. El 2 de enero de 1876, consagró su talento en La Scala de Milán con su interpretación en La favorita de Donizetti, lo que le valió el apodo de ‘la voz sin rival’.

Encuentro con Richard Wagner_

En una ocasión, durante una representación de Lohengrin en el Covent Garden de Londres, un hombre se acercó emocionado para felicitarlo: “Señor Gayarre, así soñé que fuera el personaje que usted acaba de representar. ¡Lo felicito!”. Intrigado, Gayarre preguntó después por la identidad de aquel caballero. La respuesta lo dejó perplejo: era Richard Wagner, el compositor de la obra que acababa de interpretar.

Julián Gayarre no solo se ganó el respeto de su público, sino también el reconocimiento de los grandes genios de su tiempo, consolidando así su lugar en la historia como una de las voces más extraordinarias que jamás haya existido.

Un estilo vocal singular_

La voz de Julián Gayarre se caracterizaba por una extraordinaria flexibilidad y un timbre cálido, capaz de adaptarse tanto a los pasajes más líricos como a los momentos de mayor dramatismo. Su registro agudo era particularmente notable, combinando una potencia impresionante con una suavidad que le permitía interpretar los matices más delicados.

Gayarre era conocido por su habilidad para "colorear" las notas, es decir, para dotar a cada frase musical de un carácter emocional único. Esto no solo requería una técnica impecable, sino también una profunda sensibilidad artística. En palabras de algunos de sus contemporáneos, escuchar a Gayarre era una experiencia casi mística, capaz de conmover incluso a los críticos más exigentes.

El hombre detrás de la voz_

Más allá de su virtuosismo técnico, Julián Gayarre era una figura profundamente humana. Su humildad y cercanía con el público lo convirtieron en un artista querido tanto dentro como fuera de los escenarios. Nunca olvidó sus orígenes, y a pesar de su éxito internacional, siempre mantuvo un vínculo especial con Navarra, donde regresaba con frecuencia.

Sin embargo, la intensidad de su carrera también tuvo un costo, cuando los constantes viajes y el esfuerzo vocal comenzaron a pasar factura a su salud.

El ocaso de una leyenda: la última actuación de gayarre_

El final de la vida de Julián Gayarre estuvo envuelto en una atmósfera de tragedia, pero también de una inmensa dignidad.

Diciembre de 1889. Madrid, como tantas otras ciudades, se encuentra bajo el azote de una feroz epidemia de gripe que ya ha segado medio millón de vidas en todo el mundo. En la capital española, las cifras son alarmantes: más de seis mil fallecimientos en apenas dos meses. A pesar del peligro evidente, Julián Gayarre se niega a cancelar su actuación programada para el 8 de diciembre en el Teatro Real, el escenario que tantas veces había sido testigo de su gloria.

El día de la función, el tenor despierta con fiebre y un malestar que apenas logra disimular. Sabe que su salud está en riesgo, pero su compromiso con el público madrileño, al que tanto debe, lo empuja a seguir adelante. Esa misma jornada, las víctimas por la epidemia en la ciudad ascienden a doscientas, y el destino, caprichoso y cruel, parece dispuesto a añadir un nombre más a la lista.

Esa noche, Gayarre sube al escenario enfermo, recibiendo la ovación cálida y fervorosa de un público que ignora su estado. Encarnando a Nadir, el protagonista de Los pescadores de perlas de Georges Bizet, el navarro dio inicio a la que sería su última actuación.

Durante el entreacto, apenas puede sostenerse en pie. “No puedo cantar”, confiesa con voz apagada a sus compañeros de reparto. La representación se detiene, pero los espectadores, conscientes de la gravedad del momento, lo animan con sus aplausos a intentarlo una vez más. Gayarre, impulsado por una mezcla de profesionalismo y devoción hacia su público, regresa al escenario con esfuerzo sobrehumano.

La tragedia se consuma cuando intenta interpretar la célebre romanza Mi par d’udire ancora. En el clímax de la pieza, al intentar alcanzar el exigente "Si natural", su voz, siempre tan majestuosa, se quiebra por primera vez en toda su carrera. “Esto se acabó”, murmura, derrotado, mientras se retira a su camerino.

La trágica muerte_

Tras un reconocimiento médico, se le diagnostica bronconeumonía, una dolencia sin cura en aquella época. De inmediato, es trasladado a su residencia en el número 6 de la Plaza de Oriente, un edificio que había albergado en el pasado a Giuseppe Verdi. Allí, en el portal, se instala un libro de firmas para que el pueblo madrileño pueda expresar su apoyo y admiración al tenor que agoniza entre aquellas paredes.

La Reina Regente, María Cristina de Habsburgo, manda diariamente a un emisario para recibir noticias de su cantante favorito, cuya vida se apaga lentamente dos pisos más arriba.

El 2 de enero de 1890, Julián Gayarre exhala su último aliento. Se dice que, momentos antes de morir, con la ironía de un hombre que vivió su vida como un drama apasionado, musitó: “Ahora no dirán que no sé morir, esto no es teatro”.

Así se despidió de este mundo Julián Gayarre, el hombre cuya voz inmortal había conquistado corazones en todos los rincones del mundo. Su partida, como su vida, estuvo impregnada de un profundo amor por el arte, un coraje admirable y la huella imborrable de una leyenda.

El homenaje a un mito_

La muerte de Julián Gayarre sumió a España en una conmoción profunda. Miles de personas desafiaron una intensa nevada para despedir al tenor en uno de los funerales más multitudinarios en la historia de Madrid.

El día de su entierro, todos los teatros de la capital, así como las tertulias de los cafés, cerraron sus puertas en señal de duelo. El féretro, cubierto de nieve y acompañado por las notas de La Favorita, avanzó por las abarrotadas calles de la ciudad. La calle Mayor y la Puerta del Sol se volvieron intransitables ante la marea de ciudadanos que se reunieron para rendir homenaje al artista cuya voz había conquistado al mundo.

El tributo continuó en cada punto emblemático del teatro madrileño: frente al Teatro de la Comedia, el Teatro Español, el Novedades, el Teatro de la Zarzuela, el Teatro Lara... Su legado resonaba en cada rincón de la ciudad.

En los días siguientes, el homenaje se trasladó a todas las estaciones de tren de importancia hasta llegar a Roncal, el humilde pueblo navarro donde Gayarre había nacido. Allí, su cuerpo descansa desde entonces en un majestuoso mausoleo creado por el escultor Mariano Benlliure, un monumento originalmente destinado a ocupar un lugar en la plaza de Isabel II en Madrid, por iniciativa de la Reina Regente María Cristina. La grandeza de Julián Gayarre trascendía, incluso después de su muerte.

¿Una explicación física?_

Tras su fallecimiento, la ciencia médica se interesó por desentrañar el misterio de su prodigiosa voz. Con el consentimiento de su familia, se procedió a extirpar la laringe del cadáver para estudiarla. El análisis reveló que Gayarre poseía una amplitud laríngea excepcional, lo que le permitía un caudal de aire superior al promedio. Esta singularidad fisiológica explicaba, en parte, su extraordinario fiato, que le permitía sostener una nota aguda hasta 28 segundos, un fenómeno casi sobrehumano.

Hoy en día, no contamos con registros sonoros que inmortalicen el arte de Gayarre; su legado permanece atrapado en los textos y crónicas de la época. Sin embargo, su laringe, convertida en una reliquia de la historia musical, se exhibe en la Casa-Museo Julián Gayarre de Roncal. Una pieza que, aunque silenciosa, sigue dando testimonio del hombre cuya voz desafió los límites de lo posible y cuya memoria sigue viva en el corazón de quienes veneran la grandeza del arte.

Un legado inmortal_

El impacto de Julián Gayarre trasciende su época. Más allá de su técnica, Gayarre representa la perseverancia y el poder transformador del arte. Su historia inspira a quienes sueñan con superar las barreras sociales y económicas a través del talento y la determinación. Es, sin duda, un ejemplo de cómo una voz puede trascender generaciones y convertirse en un símbolo de excelencia universal, ademas de recordarnos que el talento, combinado con esfuerzo y apoyo, puede romper las barreras más imposibles y dejar un legado eterno.


Sebastián Julián Gayarre. Historia de Madrid

Sebastián Julián Gayarre (Roncal, Navarra, 1844 - Madrid, 1890)

Todos los artistas dejan una obra; un escultor ofrece a la posteridad sus esculturas de mármol o piedra; un escritor lega sus libros, y un pintor, sus lienzos. Pero yo, ¿qué va a quedar de mí?
— Sebastián Julián Gayarre


¿Cómo puedo encontrar el monumento a julian gayarre en Madrid?