Estilo italiano
Francesco Sabatini: el arquitecto que modernizó Madrid_
Si hoy Madrid se erige como una de las ciudades más hermosas del mundo, un cautivador crisol de historia y modernidad, no es solo gracias a la visión de quienes, con determinación, supieron descubrir en una villa medieval, sucia e insalubre, el potencial de una gran capital europea. También fue fundamental la habilidad de aquellos que transformaron ese ambicioso sueño en realidad. Así, mientras el rey Carlos III, hace casi tres siglos, desempeñaba el papel de brillante estratega al imaginar un Madrid ilustrado y majestuoso, Francesco Sabatini fue el talentoso arquitecto que, con dedicación y maestría, materializó esa visión en piedra y ladrillo.
Las reformas de la Ilustración_
Durante el siglo XVIII, conocido como el "siglo de las Luces", las monarquías europeas de corte absolutista emprendieron un ambicioso proceso de reforma y modernización en múltiples ámbitos. Se renovaron tanto las estructuras administrativas como las intelectuales, con el objetivo de adaptar sus capitales a las nuevas exigencias de la época.
Este periodo fue testigo de una transformación científica y cultural de gran magnitud y alcance. El poder de la "razón" comenzó a desplazar los antiguos valores "espirituales", abriendo las puertas a una era en la que el pensamiento crítico y el conocimiento empírico se convirtieron en motores del progreso.
La Ilustración, como se denominó a este movimiento, propició un cambio profundo en la manera de pensar y entender el mundo. Fomentó la renovación de las ideas, impulsó el interés por la investigación y promovió avances científicos que sentaron las bases de la modernidad. Este fenómeno no solo se extendió por toda Europa, sino que, con el tiempo, cruzó el Atlántico y dejó una profunda huella en América, transformando sociedades y cimentando nuevas formas de gobierno y convivencia.
Madrid, capital de la Ilustración_
El florecimiento del espíritu ilustrado en España coincidió con la llegada de la dinastía Borbónica, que, bajo el reinado de Felipe V, impulsó la creación de instituciones y organismos destinados a incorporar los ideales de la Ilustración en la sociedad española. Estos valores transformadores se extendieron a múltiples campos, desde la política y la filosofía hasta la economía, la educación, las ciencias y las artes, sentando las bases de un progreso sin precedentes.
Bajo el amparo de los Borbones, y a lo largo del siglo XVIII, España —con Madrid a la cabeza— se consolidó como un epicentro de investigación y desarrollo único en el mundo. La capital se convirtió en un hervidero de innovación, atrayendo a científicos, intelectuales y artistas que contribuyeron a su modernización y esplendor.
Iniciativas científicas y educativas_
Entre los logros más destacados de esta época, se organizaron importantes expediciones científicas a tierras remotas, cuyo objetivo era ampliar el conocimiento del mundo natural. En Madrid se fundó el Real Jardín Botánico, un espacio donde, además de cultivar plantas ornamentales, se investigaban especies medicinales con el fin de avanzar en la farmacología y la medicina.
El ámbito médico también experimentó un notable desarrollo con la creación de colegios militares de cirugía, donde se formaron profesionales capaces de mejorar las prácticas sanitarias de la época. Además, se establecieron observatorios astronómicos y laboratorios de química, fortaleciendo así la investigación científica y el conocimiento del cosmos y de las propiedades de la materia.
La educación superior vivió un impulso sin precedentes con la promoción de centros no universitarios dedicados a la formación técnica y profesional. Instituciones como el Real Seminario de Nobles y la Escuela de Mineralogía, ambas en Madrid, proporcionaron una enseñanza avanzada en disciplinas clave, contribuyendo a la capacitación de las nuevas generaciones.
Fomento de la economía y la cultura_
Para evaluar con precisión la realidad social y económica del país, se fundaron las Sociedades Económicas de Amigos del País, esenciales para identificar necesidades y proponer reformas basadas en un conocimiento profundo y en una formación profesional adecuada. Estas sociedades promovieron la modernización agrícola e industrial, estableciendo un puente entre el conocimiento ilustrado y la práctica cotidiana.
En el ámbito manufacturero, se crearon las Reales Fábricas, auténticos centros de producción artística e industrial donde trabajaban numerosos artesanos y artistas. Estas fábricas no solo abastecían de muebles, textiles, porcelanas y otros objetos a los Palacios Reales, sino que también contribuían a la economía y al desarrollo de oficios especializados.
Para salvaguardar y promover la cultura, se establecieron las Reales Academias. Instituciones como la Real Academia Española, la Real Academia de la Historia, la Real Academia Nacional de Medicina y la Real Academia de Bellas Artes se convirtieron en baluartes del saber, dedicadas a proteger las letras, las ciencias y las artes, así como a difundir los principios ilustrados en la sociedad.
Reformas políticas e institucionales_
La llegada de los Borbones no solo transformó el panorama cultural y científico, sino que también introdujo un cambio profundo en las estructuras políticas e institucionales de España. Se reforzó el poder del Estado, centralizando la administración y organizando el territorio de manera más racional y eficiente. Se crearon ministerios dirigidos por nobles ilustrados y expertos, quienes aplicaron principios de buen gobierno y promovieron un marco económico más sólido y estructurado.
Asimismo, se fomentó la cultura y la educación, ampliando las oportunidades de aprendizaje y facilitando el acceso al conocimiento. Este proceso de modernización sentó las bases para una España más cohesionada, fuerte y preparada para los desafíos del futuro, marcando un antes y un después en la historia del país.
Hacia la ciudad moderna_
En definitiva, los monarcas ilustrados demostraron un interés genuino por el progreso y el bienestar de su reino, llevando la modernidad a sus ciudades bajo los límites de un gobierno absolutista. Su visión no se limitaba únicamente a las reformas administrativas o económicas, sino que también abarcaba la calidad de vida de sus súbditos, introduciendo por primera vez la idea de que la ciudad debía ser un espacio pensado para el disfrute y la felicidad de sus habitantes.
La planificación urbana comenzó a incorporar conceptos innovadores sobre la buena vida ciudadana, con un enfoque en el diseño de espacios públicos que promovieran el esparcimiento, la salud y la convivencia. Las plazas, parques y paseos dejaron de ser meros espacios vacíos para convertirse en instrumentos de gobernanza y cohesión social. Esta transformación alcanzó su máximo esplendor bajo el reinado de Carlos III, quien supo iluminar con las luces de la modernidad las viejas sombras de una capital anticuada y sombría.
Carlos III: el monarca modernizador_
Hijo de Felipe V, Carlos III accedió al trono español en 1759, tras la muerte de su hermanastro, Fernando VI. Antes de llegar a España, había reinado durante veinticinco años en Nápoles, la tercera ciudad más poblada de Europa después de Londres y París, donde ya había puesto en práctica muchas de las ideas reformistas que luego aplicaría en Madrid.
Al trasladarse a la capital española, Carlos III no llegó solo. Lo acompañaban un selecto grupo de colaboradores italianos, expertos tanto en política como en artes, que habían demostrado su valía en las reformas napolitanas. Estos consejeros formarían la columna vertebral de su proyecto modernizador en Madrid, aportando su experiencia y su talento a la tarea de transformar la ciudad.
En el ámbito político, el monarca se rodeó de secretarios y asesores de gran competencia, como Jerónimo Grimaldi y Leopoldo de Gregorio, Marqués de Esquilache. Estos hombres de confianza le ayudaron a consolidar una administración más eficiente y moderna, no solo en la península ibérica, sino también en los vastos territorios del imperio español en Europa y América. Su gestión introdujo mejoras en la organización del Estado, sentando las bases para un gobierno más racional y efectivo.
Desde el punto de vista arquitectónico y urbanístico, el reto era convertir Madrid en una ciudad digna de ser la sede de la Corte, con un carácter decoroso y representativo acorde con su estatus de capital europea. Esto implicaba un amplio programa de obras que abarcaba desde la construcción de nuevos edificios gubernamentales hasta la creación de paseos arbolados y la fundación de instituciones científicas, culturales y sanitarias.
La visión de Carlos III era integral: cada proyecto debía contribuir al bienestar de la población y al embellecimiento de la ciudad. Bajo su mandato se levantaron estructuras emblemáticas, se trazaron avenidas amplias y se establecieron equipamientos públicos que elevaron la calidad de vida en Madrid. Todo ello se llevó a cabo con un enfoque en la funcionalidad y la estética, asegurando que cada rincón de la capital reflejara el espíritu ilustrado y progresista de su tiempo.
En suma, el reinado de Carlos III marcó un punto de inflexión en la historia de Madrid. La ciudad dejó atrás su imagen medieval para convertirse en un referente de modernidad y sofisticación, un logro que aún hoy se percibe en su arquitectura, sus espacios públicos y su vibrante vida cultural.
Francisco Sabatini, el arquitecto ilustrado_
Para llevar a cabo sus ambiciosas reformas urbanas en Madrid, Carlos III confió en Francesco Sabatini, un arquitecto al que conocía bien desde su etapa como rey en Nápoles. Sabatini se convertiría en el máximo exponente de los ideales racionalistas de la Ilustración en la arquitectura y el urbanismo madrileños, dejando una profunda huella en la transformación de la capital española.
Nacido en Palermo en 1721, Sabatini no solo era arquitecto, sino también ingeniero militar. Esta doble formación le otorgaba una versatilidad única, permitiéndole abordar proyectos con una perspectiva integral que combinaba rigor técnico y sensibilidad artística. Sus conocimientos en ingeniería le proporcionaban las herramientas necesarias para abordar proyectos complejos de infraestructura, mientras que su talento arquitectónico le permitía dotar a la ciudad de un nuevo y elegante perfil urbano.
un nuevo enfoque, Devolver la dignidad a Madrid_
La misión principal de Sabatini era transformar Madrid en una capital monumental, digna de su condición de sede de la monarquía Borbónica. Desde su llegada en 1760, quedó impactado por las duras condiciones de la ciudad, que aún conservaba muchos de los males propios de la Edad Media: calles sucias, insalubridad generalizada y una preocupante falta de iluminación nocturna. Estos problemas no solo afectaban la calidad de vida de los madrileños, sino que también proyectaban una imagen poco digna de una capital europea.
Sabatini se propuso abordar estos desafíos desde sus cimientos. En 1761 redactó un minucioso plan de alcantarillado, empedrado y limpieza para la corte. Este proyecto introdujo un sistema innovador para la época, que incluía la instalación de desagües para aguas mayores y menores en las viviendas, la construcción de canalizaciones subterráneas, pozos negros y la pavimentación de las aceras. Además, diseñó un sistema de iluminación pública que transformó las noches madrileñas, proporcionando seguridad y bienestar a sus ciudadanos. Aunque muchas de estas infraestructuras no sean hoy visibles, su impacto fue fundamental para elevar el nivel de vida en Madrid, convirtiendo la higiene y el orden urbano en pilares del progreso.
La Real Casa de la Aduana: arquitectura funcional y monumental_
Mientras su plan de saneamiento avanzaba, Sabatini también emprendió la construcción de edificios destinados a reforzar la capacidad administrativa del Estado y atender las necesidades institucionales del reino. Su obra más destacada en este ámbito es la Real Casa de la Aduana, situada en la calle de Alcalá. Este imponente edificio, que actualmente alberga el Ministerio de Hacienda, se erigió como un símbolo del nuevo Madrid ilustrado: una arquitectura funcional, sobria y monumental, acorde con los principios neoclásicos de la época.
El diseño de la Real Casa de la Aduana combinaba la eficiencia administrativa con una estética elegante y ordenada. Sus fachadas, de líneas rectas y proporciones armoniosas, reflejaban el equilibrio y la racionalidad propios de la Ilustración. Además, el edificio no solo cumplía con su función operativa, sino que también contribuía al embellecimiento de la ciudad, creando un entorno urbano más organizado y acogedor.
El Palacio Real: un símbolo arquitectónico del Madrid moderno_
El éxito de Francesco Sabatini en la transformación de Madrid no pasó desapercibido para Carlos III, quien, complacido con su labor, le confió uno de los proyectos más emblemáticos de su reinado: la remodelación del nuevo Palacio Real de Madrid. Este imponente edificio debía sustituir al antiguo Alcázar de los Austrias, destruido por un devastador incendio en 1734.
Aunque las obras del nuevo palacio, iniciadas bajo el impulso de Felipe V, estaban ya cerca de concluir, el resultado no convencía al monarca. Carlos III, siempre exigente y con un agudo sentido estético, decidió apartar a los arquitectos Juan Bautista Sachetti y Ventura Rodríguez, que habían liderado el proyecto hasta entonces, y puso al arquitecto palermitano al frente de la reordenación y ampliación del complejo palaciego.
La huella de Sabatini en el Palacio_
El encargo no era sencillo. Sabatini debía no solo adaptar el palacio a las necesidades de la corte, sino también dotarlo de una grandeza y funcionalidad acordes con la visión ilustrada de su tiempo. Su intervención incluyó la reorganización de los espacios exteriores y la ampliación del edificio, además del diseño de sus interiores, donde aportó un toque de sobriedad y elegancia que sigue siendo apreciado en la actualidad.
Aunque a menudo se le atribuye la autoría total del Palacio Real, la realidad es más matizada. Sabatini, siendo sin duda el principal responsable de la fase más importante del proyecto, ni lo inició ni lo concluyó. Tras su muerte en 1797, las obras continuarían bajo el reinado de Carlos IV, quien finalmente las dio por terminadas en 1803. Aun así, la impronta del arquitecto siciliano es inconfundible, y su contribución fue decisiva para hacer del Palacio Real no solo una residencia regia, sino también un símbolo arquitectónico del Madrid moderno.
Cargos y honores: el ascenso de Sabatini_
El favor real no solo se tradujo en grandes encargos arquitectónicos, sino también en una impresionante serie de distinciones y nombramientos. Sabatini fue reconocido como miembro de honor de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, una de las instituciones más prestigiosas de la época. Además, alcanzó el rango de Coronel Ingeniero de los Reales Ejércitos, lo que demostraba no solo su habilidad en la arquitectura civil, sino también su competencia en la ingeniería militar.
Otros de sus títulos incluían el de Superintendente de Policía, desde donde contribuyó a la organización y seguridad de la ciudad, y Consiliario de la Real Congregación de Arquitectos, consolidando su influencia en el gremio. Fue además nombrado Caballero de la Orden de Santiago, una distinción reservada a la nobleza, así como Mariscal de Campo y Gentilhombre de Cámara, cargos que le otorgaron un acceso directo a la vida palaciega y lo integraron en los círculos más selectos de la corte.
Estos honores no solo le abrieron las puertas de los salones reales, sino que también le proporcionaron una considerable fortuna. Su ascenso social fue notable, especialmente para un extranjero sin raíces aristocráticas en España. Sabatini supo combinar su talento y su cercanía al rey para construir no solo una carrera profesional brillante, sino también una vida de prestigio y comodidad en la capital del reino.
Puerta de Alcalá y la renovación urbana tras el Motín de Esquilache_
A pesar de su notable ascenso en la corte española, la carrera de Francesco Sabatini estuvo a punto de descarrilar en 1766 durante el Motín de Esquilache, una revuelta popular desatada contra las reformas promovidas por el ministro Leopoldo di Gregorio, Marqués de Esquilache. Este estallido social, motivado en parte por el intento de modernizar la vestimenta de los madrileños y por la creciente carestía de alimentos, derivó en un rechazo generalizado hacia los extranjeros que rodeaban al rey, incluidos los italianos como Sabatini.
El motín marcó un punto de inflexión en la política urbana de Carlos III. El rey comprendió la necesidad de mejorar las condiciones de vida de sus súbditos y de embellecer la ciudad para mitigar el descontento. Así, se inició un ambicioso proyecto de renovación urbana que, además de modernizar Madrid, tenía el objetivo de apaciguar a la población. Se decidió invertir en la periferia de la ciudad, reformando la muralla y mejorando sus accesos mediante la construcción de nuevas puertas monumentales.
Entre las obras más icónicas de esta etapa se encuentran la Puerta de Alcalá y la Puerta de San Vicente, ambas diseñadas por Sabatini. Estos arcos monumentales no solo embellecieron la ciudad, sino que también se convirtieron en símbolos del poder y la modernidad borbónica. Las puertas formaban parte de un plan integral de ajardinamiento y creación de paseos urbanos, conectando el Palacio Real con el Prado y estableciendo un nuevo eje de vida ciudadana.
El legado científico y cultural de Sabatini_
La contribución de Sabatini no se limitó a los proyectos urbanísticos. Su trabajo también estuvo estrechamente ligado al impulso de la ciencia y la salud pública, en sintonía con las políticas ilustradas de Carlos III. Fue el encargado de diseñar la Puerta Real del Real Jardín Botánico, un lugar concebido para la investigación científica y la aclimatación de especies vegetales traídas de las colonias, especialmente aquellas con propiedades medicinales. Esta institución se convirtió en un centro neurálgico del conocimiento botánico europeo y reflejaba el afán ilustrado por el estudio y la experimentación.
Otra de sus grandes obras fue el Hospital General de Madrid, hoy sede del Museo Reina Sofía, que construyó junto al arquitecto José de Hermosilla. Este hospital se concibió como una instalación sanitaria de vanguardia para la época, centralizando la asistencia médica del reino y funcionando en estrecha colaboración con el Colegio de Cirugía de San Carlos. Estos edificios no solo respondían a necesidades de salud pública, sino que también contribuían a definir un nuevo espacio urbano conocido como el Salón del Prado. Esta amplia avenida, que conectaba Atocha con Recoletos, se transformó en el verdadero eje de las ciencias españolas, albergando instituciones científicas, culturales y educativas.
Las obras emblemáticas de Sabatini en Madrid_
A lo largo de los años siguientes, Sabatini siguió dejando su impronta en Madrid con proyectos de diversa índole. Su versatilidad le permitió abordar tanto obras de rehabilitación como nuevas construcciones:
Monasterio de las Comendadoras: Sabatini dirigió la restauración de este conjunto monástico, adaptándolo a las nuevas necesidades sin perder su esencia histórica.
Plaza Mayor: Tras el incendio que devastó gran parte de este emblemático espacio, trabajó junto a Juan de Villanueva en su reconstrucción, dotándola de la armonía y monumentalidad que hoy la caracterizan.
Iglesia y convento de San Francisco el Grande: Fue responsable de la fachada y las torres, creando una de las iglesias más imponentes de Madrid. Su diseño combinó el esplendor barroco con la sobriedad de la arquitectura neoclásica, dejando un edificio monumental y representativo.
Cuartel de San Gil: Este complejo militar, destinado a alojar tropas en el corazón de la ciudad, desempeñó un importante papel en la defensa de Madrid. Tras su demolición, el espacio se transformó en la Plaza de España, uno de los lugares más icónicos de la ciudad actual.
Un arquitecto resiliente_
La habilidad de Sabatini para adaptarse a las circunstancias políticas y sociales, incluso tras el peligroso episodio del Motín de Esquilache, habla de su talento no solo como arquitecto, sino también como cortesano y estratega. Logró convertir la adversidad en una oportunidad, reforzando su posición y contribuyendo de manera decisiva al embellecimiento y modernización de Madrid.
Su legado es visible no solo en las estructuras que perduran, sino también en la propia concepción de la ciudad como un espacio para la ciencia, la cultura y la vida pública. Gracias a su trabajo, Madrid se consolidó como una capital digna de la monarquía ilustrada, sentando las bases para la ciudad cosmopolita y vibrante que conocemos hoy.
Sabatini, un hombre del Renacimiento en el siglo XVIII_
Francesco Sabatini fue un auténtico "hombre del Renacimiento", cuya versatilidad y talento abarcaron un amplio espectro de disciplinas. No solo destacó en la arquitectura, con la construcción de palacios, iglesias, casas y cuarteles, sino que también dejó su impronta en la ingeniería, diseñando caminos, canales, puertos y puentes. Su visión urbanística se reflejó en la creación de jardines, barrios y pueblos de nueva planta, contribuyendo a la modernización integral de Madrid.
Su ingenio iba más allá de las grandes obras. Sabatini se adentró en el diseño de muebles, tapices, estucos, uniformes militares e incluso mobiliario urbano, aportando soluciones innovadoras y prácticas para embellecer la ciudad. Un ejemplo de ello fueron los peculiares carros de basura que ideó, conocidos popularmente como las "chocolateras de Sabatini" por su forma cilíndrica y funcional. Estos recipientes rodantes no solo mejoraron la limpieza de las calles, sino que también demostraron su capacidad para aplicar la creatividad a problemas cotidianos.
El saber como herramienta de trabajo_
Para abordar con éxito la gran diversidad de encargos que recibía, Sabatini se apoyaba en una extensa biblioteca que siempre le acompañaba en sus viajes. Esta colección de libros abarcaba desde tratados de arquitectura e ingeniería hasta estudios de arte y diseño, convirtiéndose en una fuente continua de inspiración y aprendizaje. Además, el arquitecto poseía una considerable colección de obras de arte contemporáneas, lo que le permitía estar al día de las tendencias y novedades en cada disciplina.
Sabatini entendía la Historia del Arte como un vasto repositorio de soluciones técnicas y estéticas. Su enfoque práctico le llevaba a recurrir a este acervo cultural cada vez que un nuevo proyecto se lo demandaba. Sin embargo, este carácter metódico y racional a veces generó críticas, ya que algunos contemporáneos consideraban que su obra, aunque funcional y bien resuelta, carecía de la pasión y el toque artístico que distinguía a otros arquitectos de la época. Su legado, no obstante, demuestra que su enfoque ingenieril fue clave para materializar la visión de modernidad de Carlos III, priorizando siempre la eficiencia y la utilidad sin descuidar la elegancia.
Una capital renovada: el legado de Sabatini_
Sabatini trabajó incansablemente bajo el reinado de Carlos III, desde su llegada en 1760 hasta la muerte del monarca en 1788. Posteriormente, continuó su labor para su sucesor, Carlos IV, demostrando su valía y adaptabilidad en un entorno político y social en constante evolución.
Cuando Sabatini falleció en 1797, Madrid ya no era la ciudad sucia y caótica que había conocido cuatro décadas antes. Gracias a su trabajo, la capital se había transformado en una auténtica metrópoli europea, dotada de palacios majestuosos, amplios paseos arbolados, elegantes jardines, modernos hospitales, fuentes ornamentales y monumentos conmemorativos.
El cambio fue tan profundo que la huella de Sabatini sigue presente en la identidad de Madrid hasta nuestros días. Su legado no solo reside en las estructuras físicas que aún se mantienen en pie, sino también en la idea de una ciudad planificada con criterio, pensada para el bienestar de sus habitantes y abierta al progreso. Su contribución consolidó a Madrid como una capital ilustrada y cosmopolita, dejando un testimonio perdurable del poder transformador de la arquitectura y el urbanismo.
Jardines de Sabatini: un homenaje eterno_
El legado de Francesco Sabatini sigue vivo en Madrid, donde sus obras se integran de forma natural en la trama urbana, recordándonos cada día su contribución a la modernización de la ciudad. Aunque muchos de sus proyectos perduran, resulta paradójico que el único lugar que lleva su nombre, los Jardines de Sabatini, no fuese en realidad diseñado por él.
Situados junto a la fachada norte del Palacio Real, estos jardines ocupan el espacio donde antaño se alzaban las Reales Caballerizas, una obra genuina de Sabatini. Estas caballerizas, construidas con la misma solidez y funcionalidad que caracterizaban su trabajo, fueron demolidas en 1932 durante la Segunda República. En su lugar, se crearon los actuales jardines públicos, que hoy ofrecen un remanso de paz y belleza en el centro de la capital. A pesar de esta ironía histórica, el nombre de Sabatini quedó asociado para siempre a este rincón madrileño, convirtiéndose en un homenaje tácito a su figura.
testigos de la historia de madrid_
Las construcciones de Sabatini han visto pasar los siglos, soportando las inclemencias del tiempo y los vaivenes históricos. Sus edificios han sido mudos testigos de guerras, hambrunas, revoluciones y épocas de esplendor. A lo largo de generaciones, los madrileños han paseado junto a sus muros, han habitado sus espacios y han encontrado en sus diseños una parte fundamental de su identidad colectiva.
Y es que, más allá de la piedra y el ladrillo, la verdadera fuerza de la buena arquitectura radica en su capacidad para trascender el tiempo. Las obras de Sabatini no solo cumplen su función práctica, sino que también narran una historia, la de un Madrid que se reinventó bajo los ideales de la Ilustración. Su arquitectura es un documento vivo, una crónica silenciosa de la evolución de la ciudad y de sus gentes.
Mientras todo y todos pasemos, mientras las modas y las generaciones se sucedan, los trabajos de Sabatini seguirán en pie, inmortalizando un momento crucial en la historia de Madrid. Su legado nos recuerda que la arquitectura, cuando está bien concebida, no solo embellece y ordena, sino que también preserva la memoria y el espíritu de una ciudad. En cada piedra, en cada fachada, late el pulso de la historia, haciendo de Francesco Sabatini no solo un arquitecto del pasado, sino un eterno contemporáneo.
“Sabatini fue un prosista de la arquitectura y no un poeta”