Madrid en sus manos

Estación de Metro Ventura Rodríguez. Historia de Madrid

Estación de Metro Ventura Rodríguez. Madrid 2019 ©ReviveMadrid

Ventura Rodríguez: Cimientos de un sueño ilustrado

¿Quién no desearía que su nombre perdurara en la memoria colectiva, inscrito en una calle o en una estación de Metro? Pero más aún, ¿quién no aspiraría a ser recordado como el creador de algunas de las obras urbanas más emblemáticas de Madrid? Alcanzar tal reconocimiento es un privilegio reservado a unos pocos, y entre ellos destaca con luz propia Ventura Rodríguez. Este insigne arquitecto no solo dejó una huella imborrable en el paisaje madrileño, sino que también se consagró como la figura más relevante de la arquitectura española del siglo XVIII, estableciendo un legado que aún hoy sigue asombrando a quienes recorren la ciudad.

Hay nombres que el tiempo desvanece y otros que se graban en la piel de la ciudad. Ventura Rodríguez pertenece a estos últimos. No fue solo un arquitecto; fue un tejedor de espacios, un escultor de perspectivas, un visionario que dio forma a la elegancia de Madrid. Sus obras no son meros edificios: son latidos de piedra, susurros de historia, testigos de un siglo XVIII en el que su genio estableció un nuevo horizonte para la arquitectura española. Caminar hoy por la ciudad es recorrer, sin saberlo, las huellas de su ingenio, la sombra alargada de su legado.

El Madrid del siglo XVIII: una ciudad en transformación_

El siglo XVIII marcó una transformación fundamental en la historia de Madrid. Con la llegada de la dinastía borbónica, la ciudad dejó atrás su imagen medieval y barroca para adaptarse a una nueva estética inspirada en el clasicismo francés e italiano. Felipe V, el primer Borbón en el trono español, impulsó un ambicioso plan de modernización que sus sucesores, Fernando VI y Carlos III, continuaron con determinación.

Madrid, que había sido designada capital por Felipe II en el siglo XVI, seguía siendo una urbe con infraestructuras precarias. Las calles estrechas y desordenadas, la escasez de agua potable y la falta de espacios públicos adecuados hacían que la ciudad necesitara urgentemente un replanteamiento urbanístico. Fue bajo el reinado de Carlos III cuando se consolidó la idea de convertir Madrid en una capital digna de una de las monarquías más influyentes de Europa.

En este contexto, la arquitectura jugó un papel clave. Se impulsaron grandes obras para embellecer la ciudad y mejorar sus servicios, como la construcción del Palacio Real, la remodelación del Paseo del Prado, la creación de fuentes monumentales y el levantamiento de nuevos edificios administrativos y religiosos. En este escenario de transformación, Ventura Rodríguez emergió como uno de los arquitectos más influyentes de su tiempo. Su talento y su capacidad de adaptación a los cambios estilísticos hicieron de él una figura imprescindible en el desarrollo de la nueva imagen de Madrid.

El papel de los arquitectos en la Corte Borbónica_

Con la llegada de los Borbones al trono de España a principios del siglo XVIII, la arquitectura se convirtió en una herramienta clave para la afirmación del nuevo poder. Felipe V, influenciado por el esplendor de la corte francesa de su abuelo, Luis XIV, introdujo una visión más planificada y monumental para Madrid. Para ello, recurrió a arquitectos formados en la tradición clasicista italiana y francesa, iniciando así una época en la que la influencia extranjera marcaría el desarrollo arquitectónico de la capital.

Los monarcas borbones promovieron una serie de reformas para embellecer la ciudad, mejorar su funcionalidad y dotarla de edificios emblemáticos que representaran la grandeza del reino. La construcción de un nuevo Palacio Real se convertiría en la piedra angular de esta transformación.

Sin embargo, el papel de los arquitectos en la Corte del Madrid borbónico no se limitaba únicamente a la construcción de palacios y edificios oficiales. También eran responsables de la planificación urbana, la supervisión de infraestructuras como fuentes y puentes, y el embellecimiento de la ciudad con monumentos y plazas. Con el tiempo, y a medida que el siglo avanzaba, los criterios estéticos evolucionaron y el gusto neoclásico comenzó a imponerse sobre las formas más ornamentadas del barroco. Este cambio de estilo marcaría la trayectoria de Ventura Rodríguez, quien, tras haber trabajado en obras de gran carga barroca, comenzó a inclinarse hacia un lenguaje arquitectónico más sobrio y racionalista.

Ventura Rodríguez y el Palacio Real de Madrid_

La construcción del Palacio Real de Madrid fue el proyecto arquitectónico más ambicioso del siglo XVIII en España y un punto de inflexión en la carrera de Ventura Rodríguez. El incendio del antiguo Alcázar en la Nochebuena de 1734 dejó a la monarquía sin residencia oficial, lo que llevó a Felipe V a encargar un nuevo palacio que reflejara el poder y la modernidad de la dinastía borbónica. Para llevar a cabo esta empresa, el rey confió inicialmente en el arquitecto italiano Filippo Juvarra, aunque su prematura muerte en 1736 hizo que su discípulo, Giovanni Battista Sacchetti, asumiera la dirección del proyecto.

Fue en este contexto cuando Buenaventura Rodríguez Tizón (Ciempozuelos, 1717-Madrid, 1785), más conocido como Ventura Rodríguez, comenzaría, con apenas dieciocho años, a trabajar en la construcción del palacio como delineante.

Hijo, hermano, tío y primo de arquitectos… su vocación profesional estuvo clara desde niño. Su talento llamó rápidamente la atención de Sacchetti, quien le fue otorgando cada vez más responsabilidades. Con el tiempo, Rodríguez ascendió a aparejador y, más adelante, llegó a diseñar partes fundamentales del edificio, como la Capilla Real, un espacio donde ya se vislumbraba su capacidad para equilibrar la monumentalidad con la elegancia estructural.

Durante los veinticinco años que trabajó en el Palacio Real, Ventura Rodríguez asimiló y reinterpretó las influencias del barroco italiano, adaptándolas al gusto español. Esta experiencia no solo consolidó su prestigio dentro de la Corte, sino que también definió su evolución arquitectónica. Con la llegada de Fernando VI y, posteriormente, de Carlos III, el estilo arquitectónico oficial comenzó a inclinarse progresivamente hacia el neoclasicismo, lo que obligó a Rodríguez a evolucionar y redefinir su propio lenguaje artístico.

Haber trabajado durante un cuarto de siglo junto a arquitectos italianos marcó la vida y evolución artística de Ventura Rodríguez: del barroquismo que caracterizó su producción inicial avanzaría hasta el neoclasicismo de sus últimas obras.

La rivalidad con los arquitectos italianos_

A lo largo del siglo XVIII, la arquitectura en España estuvo marcada por la constante presencia de arquitectos italianos en la Corte borbónica. Desde la llegada de Felipe V, los monarcas españoles recurrieron a profesionales extranjeros para modernizar la imagen del reino y dotarlo de una estética acorde con el clasicismo europeo. Eran tiempos de oro para los arquitectos italianos en España. Filippo Juvarra y Giovanni Battista Sacchetti primero, y más tarde Francesco Sabatini, se convirtieron en los principales responsables de los proyectos más ambiciosos de Madrid, lo que generó una inevitable competencia con los arquitectos españoles, entre ellos Ventura Rodríguez.

Si bien Rodríguez supo desarrollar una visión propia que le permitió destacar como uno de los arquitectos más brillantes de su generación, su ascenso no estuvo exento de obstáculos. A pesar de su prestigio y de haber sido nombrado Maestro Mayor de Obras de Madrid, en 1764, su relación con la Corte comenzó a deteriorarse con la llegada de Carlos III. El monarca, influenciado por su formación en Nápoles y su predilección por el urbanismo italiano, confió cada vez más en Francesco Sabatini, a quien otorgó encargos clave como la remodelación de la Puerta de Alcalá o la Real Casa de la Aduana.

Este desplazamiento de Rodríguez en favor de Sabatini generó tensiones en el ámbito arquitectónico madrileño. Mientras que el arquitecto español defendía una evolución medida desde el barroco hacia el neoclasicismo, el italiano representaba una estética más funcional y depurada, acorde con la visión reformista de Carlos III. Esta competencia no solo afectó la carrera de Rodríguez, sino que también influyó en la transformación del Madrid de la época, donde las fuentes monumentales, el diseño de plazas y la planificación urbana se convirtieron en elementos esenciales de la modernización de la ciudad.

Urbanismo madrileño y sus fuentes monumentales_

La transformación de Madrid en el siglo XVIII no solo se centró en la construcción de grandes edificios, sino también en la planificación y embellecimiento de sus espacios públicos. Durante el reinado de Carlos III, el llamado "mejor alcalde de Madrid", se impulsó un ambicioso programa de mejora urbana que incluyó la apertura de paseos, la modernización del sistema de abastecimiento de agua y la instalación de fuentes monumentales que, además de embellecer la ciudad, servían como infraestructuras clave para el suministro público.

Ventura Rodríguez jugó un papel fundamental en esta renovación. Al morir Sachetti en 1764, Rodríguez le sucedió en el cargo de Maestro Mayor de Obras de Madrid y de sus Fuentes y Viajes de Agua. El ciempozolueño ocuparía este puesto hasta su muerte, como responsable de la planificación hidráulica de la ciudad. Su mayor aportación en este ámbito fueron las fuentes monumentales que diseñó para el Salón del Prado, concebidas no solo como elementos decorativos, sino como símbolos del esplendor borbónico y de la identidad madrileña. Las fuentes de Cibeles, Neptuno y Apolo, aún hoy emblemas de la ciudad, fueron concebidas dentro de este proyecto, combinando armoniosamente elementos mitológicos y neoclásicos con un diseño funcional que facilitaba el acceso al agua.

Más allá del Paseo del Prado, Rodríguez también dejó su huella en otras fuentes de la ciudad, como la Fuente de los Delfines en la calle Hortaleza, demostrando su capacidad para integrar arte y utilidad en el espacio urbano. Sin embargo, su concepción del urbanismo madrileño no se limitó a las fuentes: participó en la planificación de plazas, edificios administrativos y otros proyectos que ayudaron a dar forma al Madrid ilustrado.

La importancia de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en este proceso fue crucial. Como director de Arquitectura de esta institución, Ventura Rodríguez desempeñó un papel clave en la formación de nuevos arquitectos y en la consolidación de un estilo que equilibrara la tradición con las nuevas corrientes artísticas.

La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando_

Fundada en 1752 bajo el reinado de Fernando VI, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando se convirtió en el epicentro de la enseñanza artística y arquitectónica en España. Inspirada en los modelos franceses e italianos, su objetivo era formar a los nuevos talentos del país bajo los principios del academicismo, promoviendo un estilo arquitectónico más racional y depurado, en sintonía con el neoclasicismo emergente en Europa.

Ventura Rodríguez desempeñó un papel fundamental dentro de la institución. Desde sus inicios, fue reconocido como una de las figuras más destacadas de la arquitectura española, ocupando el cargo de director de Arquitectura en varias ocasiones y siendo el único en ser elegido dos veces director general por la Academia y el propio Carlos III. Su influencia no solo se reflejó en la enseñanza de las nuevas generaciones de arquitectos, sino también en la orientación estilística que la Academia adoptó en un periodo de transición del barroco al neoclásico.

La formación impartida en la Academia no se limitaba a la arquitectura, sino que abarcaba otras disciplinas como la escultura, la pintura y el grabado. Rodríguez, gran defensor de la integración de las artes, estableció estrechas relaciones con figuras clave de su tiempo, como Anton Raphael Mengs o Francisco de Goya con quienes compartía la visión ilustrada de un arte al servicio del progreso y la modernización del país.

Sin embargo, su papel en la Academia no estuvo exento de polémicas. Su enfrentamiento con otros arquitectos, como José de Hermosilla y Juan de Villanueva, reflejaba la lucha entre las distintas corrientes arquitectónicas de la época. Mientras Rodríguez defendía una transición equilibrada desde el barroco, Hermosilla y Villanueva apostaban por un neoclasicismo más depurado e influenciado por los modelos franceses. Estas tensiones marcaron el rumbo de la arquitectura madrileña y se hicieron especialmente evidentes en la planificación de una de las obras más emblemáticas del periodo: la Basílica de San Francisco el Grande.

San Francisco el Grande: un hito del neoclasicismo_

Entre las muchas obras en las que participó Ventura Rodríguez, la Basílica de San Francisco el Grande destaca como una de las más ambiciosas y representativas del neoclasicismo en España. Su construcción, que se prolongó durante varias décadas, reflejó las tensiones estilísticas del siglo XVIII, en un momento en que el barroco daba paso a una arquitectura más racional y depurada.

El proyecto original del templo se remonta a 1761, cuando Carlos III impulsó la renovación de la iglesia franciscana con la intención de dotarla de una cúpula monumental que rivalizara con las grandes iglesias europeas. Ventura Rodríguez fue el encargado de diseñar la estructura de la cúpula y de dotar al edificio de una imagen más sobria y armoniosa, en línea con los principios del neoclasicismo. Su propuesta combinaba la monumentalidad con una cuidada distribución de los espacios, garantizando una iluminación equilibrada y una estructura sólida que soportara la enorme cúpula, de más de 33 metros de diámetro, una de las más grandes del mundo.

Sin embargo, el proyecto de San Francisco el Grande no estuvo exento de controversias. La intervención de otros arquitectos, como Francisco Sabatini y, más tarde, Juan de Villanueva, provocó modificaciones en el diseño original de Rodríguez, generando rivalidades y debates sobre cuál debía ser la imagen definitiva del templo. Estas disputas reflejaban no solo las diferencias estilísticas de la época, sino también los juegos de poder dentro de la Corte y la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

Más allá de su relevancia arquitectónica, San Francisco el Grande se convirtió en un símbolo del esplendor cultural del Madrid ilustrado. Su construcción fue apoyada por algunos de los intelectuales más influyentes del momento, en un periodo en el que la ciudad no solo cambiaba su apariencia, sino también su papel como centro de pensamiento y renovación artística.

La relación de Ventura Rodríguez con intelectuales de la Ilustración_

El siglo XVIII fue una época de profundos cambios en España, impulsados por las ideas de la Ilustración, que promovían el conocimiento, el progreso y la modernización de las estructuras del Estado. En este contexto, la arquitectura no solo cumplía una función estética o práctica, sino que también se convirtió en una herramienta al servicio del pensamiento ilustrado. Ventura Rodríguez, como arquitecto de referencia en la Corte y en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, se situó en el centro de este movimiento, estableciendo estrechas relaciones con algunas de las figuras más influyentes de su tiempo.

Entre sus principales contactos estuvo Gaspar Melchor de Jovellanos, uno de los máximos exponentes de la Ilustración en España. Jovellanos defendía la arquitectura como un elemento clave para la mejora de las ciudades y la educación del pueblo, ideas con las que Ventura Rodríguez comulgaba plenamente. Ambos compartían la visión de que el urbanismo de Madrid debía responder a criterios racionales y funcionales, además de contribuir a la identidad de una nación en transformación.

Otro de sus vínculos importantes fue con Pedro Rodríguez de Campomanes, economista y político ilustrado, quien promovió reformas urbanísticas y académicas en las que Rodríguez tuvo un papel destacado. La construcción de hospitales, hospicios y otras infraestructuras de carácter público fue una de las principales preocupaciones de Campomanes, y Ventura Rodríguez diseñó varias de estas edificaciones siguiendo los principios ilustrados de utilidad y racionalidad.

Pero quizás la relación más emblemática de Ventura Rodríguez con la élite cultural de su tiempo fue con Francisco de Goya. El pintor aragonés, que retrató a Rodríguez en una de sus obras, coincidió con él en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y compartió la voluntad de renovación artística que marcó la época. Este vínculo entre arquitectura y pintura reflejaba la idea ilustrada de que las artes debían integrarse en un lenguaje común para expresar los valores del progreso y la modernidad.

A lo largo de su carrera, Ventura Rodríguez encarnó el espíritu ilustrado en su manera de concebir la arquitectura, combinando belleza y funcionalidad en cada una de sus obras. Sin embargo, su estilo evolucionó con el tiempo, transitando desde un barroco tardío hacia un neoclasicismo más racional, reflejando así la transformación estética y cultural de su siglo.

La simbología en sus diseños_

Más allá de su funcionalidad y belleza, la arquitectura de Ventura Rodríguez estaba impregnada de un profundo simbolismo. Como buen arquitecto ilustrado, comprendía que los edificios no solo debían responder a criterios estéticos y estructurales, sino que también debían transmitir mensajes y valores que reforzaran la identidad de la monarquía y del país. A través de la iconografía mitológica, religiosa y política, sus obras se convirtieron en una expresión del poder, la cultura y las aspiraciones de la España del siglo XVIII.

Uno de los ejemplos más evidentes de esta simbología se encuentra en las fuentes del Salón del Prado. Diseñadas para embellecer el paseo y destacar la grandeza de la monarquía borbónica, cada una de ellas representa un concepto fundamental. La Fuente de Cibeles, con la diosa sobre un carro tirado por leones, simboliza la fertilidad y el poder de la tierra, atributos que podían vincularse a la prosperidad del reino. La Fuente de Neptuno, con el dios del mar, alude a la potencia naval de España y su dominio sobre los mares. La Fuente de Apolo, menos conocida pero igualmente significativa, rinde homenaje a la luz, la sabiduría y las artes, reflejando el espíritu ilustrado que impulsó muchas de las reformas urbanísticas de la época.

En su arquitectura religiosa, Ventura Rodríguez también hizo uso de un elaborado simbolismo. En la Capilla Real del Palacio Real, por ejemplo, empleó una disposición espacial que dirigía la mirada hacia el altar mayor, reforzando la sensación de magnificencia y solemnidad que se esperaba en un templo vinculado a la monarquía. Del mismo modo, en la Basílica de San Francisco el Grande, la monumentalidad de la cúpula y la distribución de los espacios estaban pensadas para transmitir la grandeza de la fe y la trascendencia del mensaje cristiano.

Pero la influencia de Ventura Rodríguez no se limitó a Madrid. A lo largo de España, su huella arquitectónica se dejó ver en iglesias, palacios y edificios institucionales que seguían estos mismos principios simbólicos.

Ventura Rodríguez fuera de Madrid_

Aunque Madrid fue el epicentro de su actividad, Ventura Rodríguez dejó una huella indeleble en muchas otras ciudades de España. Su prestigio como arquitecto le permitió recibir encargos en distintos puntos del país, donde aplicó su visión equilibrada entre el barroco tardío y el neoclasicismo emergente. A través de sus obras, contribuyó a la transformación de numerosos espacios urbanos y religiosos, consolidando su legado más allá de la capital.

Uno de sus proyectos más emblemáticos fuera de Madrid fue su intervención en la Basílica del Pilar de Zaragoza, donde diseñó la disposición de las torres y el cimborrio, dotando al templo de una mayor monumentalidad y coherencia estructural. Esta obra es un ejemplo de cómo Rodríguez supo adaptar su estilo a los edificios históricos, respetando su esencia pero aportando una nueva dimensión estética y funcional.

En Pamplona, fue el responsable de la imponente fachada de la Catedral de Santa María la Real, en la que aplicó un diseño de inspiración clásica que armonizaba con los ideales neoclásicos. Su intervención no solo embelleció el conjunto, sino que también reforzó su presencia como símbolo religioso y político de la ciudad.

También dejó su sello en Castilla y León, donde diseñó el Convento de los Agustinos Filipinos en Valladolid, una obra de líneas equilibradas que reflejaba la transición del barroco al neoclasicismo. En Navarra, su talento quedó plasmado en el Acueducto de Noáin, una infraestructura de vital importancia para el abastecimiento de agua, que combinaba funcionalidad y elegancia en su estructura.

A pesar de la distancia con Madrid, estos proyectos demuestran que Ventura Rodríguez fue un arquitecto de alcance nacional, cuya influencia trascendió los límites de la Corte. Sin embargo, a pesar de su prolífica carrera y su innegable contribución a la arquitectura española, su vida profesional no estuvo exenta de dificultades. La competencia con otros arquitectos y los cambios en los gustos estéticos de la época marcaron su trayectoria hasta el final, incluso en lo que respecta al destino de sus propios restos.

La Iglesia de San Marcos y su tumba itinerante_

Entre las numerosas obras que Ventura Rodríguez dejó en Madrid, la Iglesia de San Marcos es una de las más representativas de su estilo y, a la vez, la que guarda una historia peculiar sobre su destino final. Construida entre 1749 y 1753, San Marcos es un templo de planta elíptica que refleja la transición entre el barroco y el neoclasicismo. Su diseño equilibrado y la armonía de sus espacios la convierten en una de las iglesias más elegantes del siglo XVIII en Madrid, un verdadero testimonio de la madurez arquitectónica de Rodríguez.

El arquitecto tenía un vínculo especial con este templo y, por ello, dispuso que su cuerpo fuera enterrado allí tras su muerte en 1785. Sin embargo, su descanso en San Marcos fue efímero. En 1869, durante la reorganización de espacios religiosos y la tentativa de crear un gran Panteón Nacional en San Francisco el Grande, sus restos fueron trasladados a esta basílica. Pero el proyecto nunca se materializó, y la tumba de Ventura Rodríguez quedó en un estado de abandono e incertidumbre.

Finalmente, en el siglo XX, la Congregación de Arquitectos de Madrid decidió trasladar sus restos una vez más, esta vez a la Cripta de los Arquitectos en la Iglesia de San Sebastián, en la calle Atocha. Allí, curiosamente, comparte sepultura con Juan de Villanueva, otro de los grandes arquitectos de la época y, en vida, su rival profesional. Este hecho ha sido interpretado como una ironía del destino, uniendo en la muerte a dos figuras que defendieron visiones arquitectónicas diferentes y que compitieron por el reconocimiento de la Corte. Un nuevo caso de dos enemigos en vida que se ven obligados a “convivir” tras la muerte.

La escasa memoria madrileña sobre su figura_

A pesar de que Ventura Rodríguez fue uno de los arquitectos más influyentes del siglo XVIII y de que su legado sigue definiendo el paisaje urbano de Madrid, la ciudad no le ha rendido el homenaje que merece. Mientras que otros arquitectos como Juan de Hermosilla o Pedro de Ribera han recibido un mayor reconocimiento popular, Rodríguez ha quedado relegado a un discreto segundo plano en la memoria madrileña.

Prueba de ello es que, a diferencia de otros grandes nombres de la arquitectura española, no cuenta con un monumento destacado en la capital. Su presencia en el callejero de Madrid se limita a la calle de Ventura Rodríguez, situada cerca de la Plaza de España, y a una placa conmemorativa en la Calle de Leganitos, donde vivió hasta su muerte. Sin embargo, para un arquitecto cuya obra transformó Madrid con palacios, iglesias y fuentes monumentales, estos homenajes resultan insuficientes.

Este olvido contrasta con la relevancia de su legado. Las fuentes de Cibeles, Neptuno y Apolo, el Palacio de Altamira, el Palacio de Liria, la Casa de Correos en la Puerta del Sol y la Basílica de San Francisco el Grande son solo algunas de las obras que llevan su firma y que han perdurado en el tiempo, definiendo la identidad de la ciudad. Su contribución a la planificación urbana y su influencia en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando fueron fundamentales para la consolidación del neoclasicismo en España.

El caso de Ventura Rodríguez es un ejemplo más de cómo Madrid, en su constante evolución, ha tendido a olvidar a algunos de los arquitectos que le dieron forma. Sin embargo, su obra sigue presente y su influencia ha trascendido generaciones, marcando el camino de quienes han continuado construyendo la ciudad. Su estilo, equilibrado entre la monumentalidad y la sobriedad, ha servido de referencia para arquitectos posteriores, ayudando a consolidar una identidad arquitectónica única.

El impacto de su legado en la arquitectura contemporánea_

Madrid no sería la misma sin Ventura Rodríguez. Su visión de la arquitectura trascendió su tiempo, configurando el rostro de una ciudad que, a lo largo de los siglos, ha evolucionado sin perder la esencia que él ayudó a definir. Desde las fuentes monumentales del Paseo del Prado hasta la monumentalidad de San Francisco el Grande, su obra sigue presente en la vida cotidiana de los madrileños, aunque pocos sean conscientes de la mano que las diseñó.

El equilibrio entre funcionalidad y belleza que caracterizó su trabajo ha influido en generaciones posteriores de arquitectos. Su capacidad para adaptar el barroco a los principios racionales del neoclasicismo sirvió de puente entre dos épocas y sentó las bases para una arquitectura más depurada y armónica. Su huella se puede rastrear en la obra de Juan de Villanueva, su eterno rival, y en la de arquitectos que, siglos después, continuaron modelando Madrid, como Antonio Palacios, cuya visión monumental también buscó dotar a la ciudad de una identidad propia.

Más allá de su legado tangible, Ventura Rodríguez representa el espíritu de una Madrid que aspiraba a la grandeza sin perder su carácter. Una ciudad que, al igual que su arquitectura, es el resultado de siglos de evolución, de influencias externas y talento propio. Su historia es la historia de un Madrid que crecía, que miraba a Europa sin dejar de ser España, que buscaba belleza sin renunciar a la funcionalidad.

Quizás la ciudad le deba un reconocimiento mayor. Un monumento que haga justicia a su contribución, una mayor difusión de su legado, un esfuerzo por recordar a quien diseñó algunos de sus rincones más emblemáticos. Pero, al final, su verdadero homenaje está en la piedra de sus edificios, en el sonido del agua de sus fuentes y en la mirada de aquellos que, sin saberlo, siguen admirando su obra cada día al recorrer las calles de Madrid.


Retrato de Ventura Rodríguez. Historia de Madrid

Ventura Rodríguez (Ciempozuelos, 1717-Madrid, 1785)

Dotado de un entendimiento exacto y profundo, de una imaginación fecunda y brillante y de un carácter reflexivo y grandioso. Sus principales y más dignos trabajos han quedado sin ejecución y forman un riquísimo tesoro de preciosas obras escondidas
— Gaspar Melchor de Jovellanos


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