Divina y humana

Teatro María Guerrero. Madrid, 2018 ©ReviveMadrid

Teatro María Guerrero. Madrid, 2018 ©ReviveMadrid

maría guerrero, una actriz pionera



Detrás de una vida de éxitos y reconocimiento suele destacar la capacidad de decisión, la voluntad y la valentía… especialmente siendo mujer en el siglo XIX. La actriz María Guerrero consiguió a base de lucha no sólo convertirse es una de las grandes leyendas de nuestros escenarios, logrando un reconocimiento inédito hasta el momento para una mujer, sino adelantarse a su época al convertirse en una de las primeras empresarias teatrales de nuestro país.

María Guerrero despuntó en un mundo tradicionalmente masculino, el de la interpretación… algo insólito en el siglo XIX español.

La incorporación de la mujer a la vida teatral en España tiene como referencia oficial el 17 de noviembre de 1587. En esa fecha el Consejo de Castilla autorizaba la presencia de actrices en los escenarios de los corrales de comedias, aunque limitada a dos condiciones: que las actrices estuviesen casadas y acompañadas por sus cónyuges o padres, y que las intérpretes siempre representasen vistiendo ropa de mujer.

A pesar de estas limitaciones, la censura no pudo impedir la presencia de actrices en los escenarios, una costumbre que alcanzó su máximo apogeo en el siglo XVII.

Durante el siglo XVIII actores y actrices fueron valorados de manera semejante, particularmente si estaban especializados en teatro clásico, que gozaron de mayor respeto y consideración por parte de sus contemporáneos que el resto.

Sin embargo, en el siglo XIX la reputación de actores y actrices comenzó a desarrollarse por líneas divergentes. El oficio de actor mantuvo el respeto del siglo pasado y creció su prestigio intelectual… mientras, por el contrario, el de actriz comenzó a identificarse con actividades escandalosas y socialmente reprochables.

La actividad de la actriz no era vista como una verdadera vocación… o al menos no como una vocación seria, sino más bien como un medio de exhibicionismo público a través del que una mujer humilde podía medrar para conseguir un futuro acomodado al lado de algún acaudalado empresario teatral.

Los únicos puestos a los que podía optar una mujer en el negocio teatral del siglo XIX eran los de actriz, bailarina o cantante… mientras que a los hombres se les reservaban los espacios de decisión empresarial, crítica y consumo.

A diferencia de los varones muy pocas aspirantes a actrices recibían una instrucción secundaria o la menor formación interpretativa. Muchas eran incultas o incluso analfabetas, como lo fue en origen la gran cantante y actriz Concha Piquer.

A falta de instituciones oficiales competentes para formar actrices, abundaban en el Madrid de finales del siglo XIX las escuelas privadas que, tras breves cursillos, lanzaban a las aspirantes a los escenarios, donde se enfrentaban con la realidad del público... una audiencia que no era precisamente educada ni comprensiva, sino más bien todo lo contrario: tenían permitido hablar, fumar y beber en las butacas del teatro e incluso interpelar a los actores, que no tenían permitido responderles.

El resultado era que la calidad media de las intérpretes que subían a las tablas para recitar, cantar o bailar, solía ser más bien floja. Además, los críticos contemporáneos solían eludir las referencias a las actuaciones de las actrices y a verlas como el lado frívolo, divertido y amable de las obras teatrales clásicas.

Tan sólo una minoría llegaron a ser protagonistas de la renovación de la escena nacional de finales de siglo… entre ellas María Guerrero, la actriz que supo hacer frente a estos prejuicios sociales desde la gestión y la interpretación, impulsando el teatro español hacia la modernidad.

María Ana de Jesús Guerrero Torija nacía el 17 de abril de 1867 en la madrileña Calle del Clavel y desde la cuna estuvo destinada a la escena. Se cuenta que cuando lloraba, su padre, un prestigioso tapicero conectado con los círculos intelectuales madrileños y la Casa Real, la cogía en brazos y le susurraba: “Calla, mi niña, que pareces una mala actriz dramática”.

María estudió solfeo, piano y arpa y llegó a hablar, francés, inglés y alemán. Fue alumna de Teodora Lamadrid, una de las grandes actrices del siglo XIX, quien siempre ejerció sobre la joven intérprete una gran influencia, acompañándola tanto en los éxitos como en los fracasos.

En 1885 María Guerrero debutaba en el recién inaugurado Teatro de la Princesa… un lugar reservado a la aristocracia que se distinguía por su clase refinada del resto de teatros de la capital, repletos de chusma que pagaba poco y gritaba mucho.

Con tan sólo dieciocho años y sin haber pasado previamente por ninguna compañía amateur, María tenía ante sí el papel de dama en “¡Sin familia!”, de José Echegaray.

En un momento de la representación, la joven tenía que cantar un cuplé en francés, pero cuando llegó el momento de entonar se quedó en blanco. El apuntador no podía ayudarla porque desconocía el idioma... y María se echó a llorar.

Las muecas y pucheros de la novata actriz hicieron reír a los espectadores… pero esas carcajadas, lejos de achicarla, le dieron confianza. Apretó los puños y comenzó a cantar, recibiendo así la primera gran ovación de su fecunda carrera. Un debut accidentado en un teatro que con los años llevaría su nombre… el de la gran diva de la escena española.

Comenzó así una carrera en la que comenzó interpretando a damitas jóvenes en folletines románticos, hasta que se consagró como gran actriz dramática de la mano de los dramaturgos punteros en su época.

Tan sólo cinco años después, con solo veintitrés, se convertía en primera actriz del Teatro Español. Su interpretación de Doña Inés en Don Juan Tenorio sobre ese mismo escenario encandiló al mismísimo José Zorrilla en 1890. Benito Pérez Galdós recordaba que su Doña Inés le valió el beso en la frente del anciano dramaturgo vallisoletano, mientras exclamaba: “¡Esta es mi doña Inés! ¡La que yo había soñado!”.

En 1892 María Guerrero era ya primera actriz del Teatro de la Comedia y en 1894 iniciaba su trayectoria como empresaria teatral, haciéndose cargo de la gestión del Teatro Español y procurando que los grandes autores de final del XIX y principios del XX escribieran para ella sus mejores obras, entre otros Marquina, Benavente, Galdós o los hermanos Álvarez Quintero.

A su alrededor se formaron tertulias de altísimo nivel cultural a las que acudían toreros, científicos, políticos, artistas y lo más granado de la intelectualidad madrileña de la época.

Además, decidió dividir la programación escénica según los tipos de público: los lunes clásicos, los miércoles de moda, las sesiones de vermut… y los llamados “sábados blancos”, pensados para que acudiesen las jóvenes casaderas, ideando para ellas un abono de diez funciones. Estas sesiones se pusieron muy de moda, llegando a conocerse como los “sábados milagrosos” porque se podía entrar al teatro soltera y salir con pretendiente al finalizar la función.

En 1896 María se casaría con el aristócrata Fernando Díaz de Mendoza, que había enviudado de la hija del general José Serrano y decidido iniciar su carrera como actor. Juntos formaron una compañía teatral que se convertiría en la más poderosa de la escena española adquiriendo, en 1909, el Teatro de la Princesa.

Tal fue la fama teatral de la pareja, convertida en un verdadero fenómeno social, que sus estrenos constituían todo un acontecimiento. Cada temporada llenaban su teatro durante meses y después comenzaban las giras por provincias con el mismo éxito.

Pero su popularidad no se limitó a España, sino que traspasó el Atlántico. A lo largo de su vida, la compañía de María Guerrero realizó veinticuatro giras por América… en una época en la que las travesías en barco eran casi heroicidades.

Allí “la Guerrero” triunfó en escenarios como la Opera House de Nueva York y construyó un lujoso teatro en Buenos Aires, el Teatro Cervantes, inaugurado en 1921 y cuya fachada imitaba a la de la Universidad de Alcalá de Henares.

Sin embargo su proyecto bonaerense fracasó llevándose por delante gran parte de la fortuna de la actriz, cercana a los treinta millones de pesetas de la época. El matrimonio se vio obligado a vender su lujoso palacete del Paseo del Obelisco (actual Paseo del General Martínez Campos), donde eran vecinos de Joaquín Sorolla, y se mudaron a los pisos superiores de su Teatro de la Princesa, donde establecieron su vivienda.

En 1928, mientras ensayaba, la actriz madrileña sufría un desmayo causado por un ataque de uremia. Tras recuperar el conocimiento, su asistente no le dio importancia y le pidió que no alarmara a su familia, pero ella, consciente de su estado de salud, replicó: “¡Que se alarmen! Que esto va de veras”. Su intuición no falló: María Guerrero fallecía el 23 de enero de 1928 en su vivienda del Teatro de la Princesa.

La muerte de la famosa actriz, a los cincuenta y un años, conmocionó a España. Su viudo le sobreviviría dos años… no sin antes haberse visto obligado vender su teatro-vivienda por sus problemas financieros.

Un día después del fallecimiento de la actriz, un multitudinario cortejo fúnebre acompañó su féretro al Cementerio de la Almudena. Entre ellos se encontraban unos compungidos Jacinto Benavente y los hermanos Álvarez Quintero.

Años después, en 1931, el Ayuntamiento de Madrid decidió cambiar el nombre del Teatro de La Princesa para adoptar el que mantiene hoy en día, Teatro María Guerrero, sede del Centro Dramático Nacional (CDN).

Sin embargo, la apasionante biografía de María Guerrero no se limitó a los logros escénicos… “María la Brava”, como la apodó el periodista Mariano de Cavia, también tuvo un lado oscuro.

El primer hijo de su matrimonio con Fernando Díaz de Mendoza, también se llamó Fernando y se hizo actor. De la relación de este con la actriz Carola Fernán-Gómez nacería a los pocos meses Fernando Fernán-Gómez… de manera que María Guerrero fue, muy a pesar, la abuela del actor madrileño.

Aunque la intransigente Guerrero nunca aceptó reconocer a su nieto, el destino quiso que ambos convivieran muy de cerca en forma de teatros, ya que los dedicados a ambos se encuentran ubicados a escasos 200 metros de distancia.

María Guerrero, no sólo fue una de las más grandes actrices de la historia del teatro español sino también un fenómeno social que marcó la frontera entre el siglo XIX y el XX, y marcó un hito en cuanto a la consideración profesional de la mujer se refiere.

Una extraordinaria intérprete que hizo de su determinación la mejor arma para convertirse hoy en referente y en Historia de los escenarios… y el mejor ejemplo de que quedarte en blanco en el día de tu debut no implica que el destino pueda depararte una vida de leyenda.


María Ana de Jesús Guerrero Torija (Madrid, 1867-1928)

María Ana de Jesús Guerrero Torija (Madrid, 1867-1928)

Crea la gente que nos ve que a los artistas se nos regalan una serie de dones por inspiración celeste; sin embargo, todo nos cuesta esfuerzo, trabajos y fatigas
— María Guerrero


¿Cómo puedo encontrar el teatro maría guerrero en Madrid?