La reina del baile
La Argentinita, memoria del baile español
La constancia, el perfeccionismo y la ambición, han marcado la carrera profesional de quienes han dejado huella a lo largo de la Historia. Sin embargo, en muchas ocasiones los éxitos profesionales se acompañan de penurias y amarguras personales. La Argentinita, bailaora protagonista de la Edad de Plata de la cultura española, es un buen ejemplo.
Encarnación López Júlvez, la Argentinita (Buenos Aires, 1898-Nueva York, 1945) fue bailaora, bailarina, cupletista, cantante, coreógrafa y la gran revolucionaria del baile español, al que logró dotar de prestigio internacional. De padre castellano y madre aragonesa, Encarnación había venido al mundo en Buenos Aires por azar, al haberse visto su familia obligada a emigrar a Argentina en 1890. En 1902, bajo el reinado de Alfonso XIII, la familia Júlvez volvía a España, asentándose en San Sebastián.
Con tan solo cuatro años, se inició en el mundo del baile y, con ocho, llevó a cabo su primera actuación en el Teatro-Circo de la capital donostiarra. Había nacido una estrella.
Presentada como niña prodigio, su familia se trasladó a Madrid para que la joven comenzara a bailar en los principales salones de variedades, entre ellos el de Atocha y el Romea. Su contrato para el Teatro Maravillas la convertiría en la artista mejor pagada de la época, con un sueldo de cien mil pesetas del año 20, con las que pudo adquirir esta gigantesca casa-palacio, hoy sede de la Fundación Argentinita Pilar López, en la Calle General Arrando, de Madrid. Seguidamente pasó al Teatro de La Latina y al Teatro de la Comedia, con su propia compañía.
Asidua del entorno de intelectuales y artistas de la Residencia de Estudiantes, mantuvo una estrecha relación con los poetas de la Generación del 27, sobre todo con Federico García Lorca. Para ella el granaino preparó las versiones musicales de canciones tan populares como Los Cuatro muleros , Los Pellegrinitos o ¡Anda jaleo! y junto a él grabó, en 1931, el mítico disco Canciones populares españolas, único documento grabado de Lorca como músico.
Fueron sus interpretaciones de estas Canciones populares españolas por todo el país a partir de la primavera de 1932 y más tarde en París y en América, las que consiguieron en poco tiempo transformar el panorama artístico español, tanto en la música, como en las letras, el teatro, la coreografía o la interpretación.
Los dos amores de su vida fueron los toreros más importantes del momento: José Gómez Ortega “Joselito” e Ignacio Sánchez Mejías. Ambos murieron en la plaza y la dejaron viuda sin ni siquiera llegar a ser su esposa. Destrozada por la muerte del segundo, iniciaría su primera gira por “las Américas” y adquiriría un tremendo éxito en Nueva York.
La Argentinita volvió a España, pero huyó del país poco antes del estallido de la Guerra Civil. Tras conocer el fusilamiento de su gran amigo García Lorca, volvió a Nueva York, donde los recitales que ofreció marcaron los mayores triunfos del baile español en América.
En 1943 presentó en el Metropolitan Opera House el cuadro flamenco El Café de Chinitas, inspirado en el café cantante malagueño del mismo nombre, con coreografía propia, textos de Lorca y decorados de Salvador Dalí. Al acabar cada función, tanto ella como su hermana Pilar se iban a dormir a los dos lujosos apartamentos que tenían alquilados en la Quinta Avenida neoyorquina.
Tras seis años de éxito, Encarna murió en New York en 1945, a consecuencia de un tumor que no se quiso operar para no dejar de actuar. Su cadáver fue repatriado a España en el mes de diciembre y enterrado en el Cementerio de San Isidro de la capital, en una tumba custodiada por dos ángeles de piedra que bailan al son de sus castañuelas.
A diferencia de nuestro país, en el teatro neoyorquino de sus grandes triunfos, una placa recuerda hoy su memoria… la de una vida trágica, pero fundamental para la historia de la danza española.