La mirada del ayer

Antigua casa de Jean Laurent en Madrid. Historia de Madrid

Antigua casa de Jean Laurent. Madrid, 2019 ©ReviveMadrid

jean laurent: un madrid de foto

¿Quién no ha sentido una punzada de nostalgia al abrir un viejo álbum de fotografías, extraviado durante años en alguna estantería de casa? Pasar las páginas de ese tesoro olvidado es como recorrer los senderos de nuestra propia memoria, reviviendo instantes que parecían dormidos. Es un viaje íntimo a momentos y emociones compartidos, tal vez con personas que ya no están, o a experiencias vividas en lugares que, de una forma u otra, siempre permanecerán anclados en nuestra memoria personal.

Estas sensaciones, tan profundas como difíciles de describir, parecen casi un anacronismo en la vorágine de nuestro tiempo. En una sociedad donde todo sucede a un ritmo vertiginoso, las redes sociales nos bombardean a diario con nuevas formas de contar historias, a menudo efímeras y pasajeras. Sin embargo, resulta asombroso pensar en el cambio radical que supuso la invención de la fotografía a mediados del siglo XIX: una auténtica revolución visual y cultural que transformó para siempre la manera en que capturamos y recordamos el mundo.

El siglo XIX: La era de la imagen_

El siglo XIX en Europa ha recibido múltiples denominaciones: se le ha llamado el siglo del vapor, el de la electricidad o el de las comunicaciones. Cada uno de estos nombres refleja un aspecto fundamental de los profundos cambios experimentados por una sociedad en transición, que dejaba atrás la era preindustrial para abrazar con entusiasmo las promesas del progreso. Impulsada por las ideas de la Ilustración y el positivismo, Europa avanzaba con paso firme hacia la modernidad, transformando sus estructuras económicas, sociales y culturales.

Sin embargo, más allá de las máquinas de vapor, las luces eléctricas y los nuevos medios de comunicación, emergía silenciosamente una revolución que cambiaría para siempre nuestra percepción del mundo: la fotografía. La capacidad de capturar y reproducir imágenes reales, de inmortalizar instantes y paisajes, inauguró sin pretenderlo una nueva era, la era de la imagen. Desde su nacimiento, la fotografía no solo democratizó la memoria visual, sino que también moldeó una nueva manera de mirar, interpretar y documentar la realidad, dejando una huella imborrable en la historia de la humanidad.

Los inicios de la fotografía y su llegada a España_

Desde su irrupción en Francia en 1839 bajo la forma del daguerrotipo, la fotografía fue percibida como la sucesora natural de la pintura. Sin embargo, en sus primeros años, se mantuvo al margen de las Bellas Artes, ya que su técnica se consideraba un proceso mecánico más que una expresión artística.

En sus comienzos, los géneros y temáticas fotográficas bebieron directamente de la tradición pictórica, explorando principalmente el retrato y las escenas de la vida cotidiana. No obstante, la verdadera fortaleza de la fotografía se manifestó rápidamente en su faceta documental. Su capacidad para capturar la realidad con precisión hizo de ella una herramienta inestimable para conservar la memoria visual de la arquitectura, el urbanismo y el patrimonio monumental, amenazados por el inexorable paso del tiempo y las turbulencias de las revoluciones sociales e industriales.

No tardó en evidenciarse que la fotografía no era una simple alternativa amateur a la pintura. Muy al contrario, su dominio exigía una notable combinación de habilidades y conocimientos técnicos. Los primeros fotógrafos debían manejar complejas cámaras, entender los procesos químicos de revelado, invertir en un equipo fotográfico completo y mantenerse al día con las continuas innovaciones tecnológicas que revolucionaban el medio. Esta combinación de destreza técnica, inversión económica y capacidad de adaptación era fundamental para destacar en un campo en constante evolución.

Estas exigencias iniciales hicieron que la fotografía se convirtiera, en sus primeros tiempos, en terreno de científicos, empresarios y artistas visionarios. Estos pioneros, denominados fotógrafos, supieron identificar en esta nueva técnica no solo un medio de expresión, sino también una oportunidad de negocio con un enorme potencial. Su intuición y perseverancia sentaron las bases para el desarrollo de una disciplina que, con el tiempo, alcanzaría un reconocimiento indiscutible tanto en el ámbito artístico como en el documental.

La influencia del Romanticismo en la imagen de España_

En el momento en que la fotografía comenzaba a expandirse por el mundo, España se erigía como un escenario ideal para ser retratado. El Romanticismo, en pleno apogeo en Europa, veía en nuestro país un destino cargado de misterio y exotismo, el epítome del viaje romántico. Los paisajes españoles, salpicados de ruinas y envueltos en un aire de melancolía, se convirtieron en un imán para artistas y viajeros que buscaban escenarios que alimentaran sus ansias de nostalgia y contemplación.

La Guerra de la Independencia contra los franceses había dejado profundas cicatrices. Muchas ciudades y pueblos yacían en ruinas, las incipientes industrias estaban devastadas y vastas extensiones de campo permanecían baldías y abandonadas. A mediados del siglo XIX, mientras otros países europeos avanzaban hacia la modernización e industrialización, España transitaba lentamente un proceso de urbanización. Esta aparente decadencia, sin embargo, resultaba ser un tesoro para el imaginario romántico: las ruinas y la austeridad de nuestro país ofrecían un contraste fascinante con la modernidad que se instalaba en otras naciones.

La literatura de viajes contribuyó a consolidar esta imagen romántica de España. Escritores destacados de la época, a través de sus relatos, pintaban al país como un destino enigmático, cargado de historia y leyendas. Así, España se convirtió en un mito literario, un lugar donde los viajeros románticos, en su mayoría británicos y franceses, podían experimentar en carne propia las evocaciones de un glorioso pasado que se resistía a desaparecer del todo.

Viajeros de papel_

Junto al aventurero que emprendía el viaje real, surgió el llamado “viajero de papel”, una figura igualmente curiosa e incansable. Estos eran lectores que, aunque no podían permitirse recorrer el mundo, viajaban a través de las páginas de los populares “libros de viajes”. Autores como Alexandre Dumas, Prosper Mérimée o Théophile Gautier ofrecían descripciones detalladas y cautivadoras de sus recorridos, transportando a sus lectores a lugares exóticos y llenos de historia sin necesidad de moverse de sus hogares.

La aparición de la fotografía añadió una nueva dimensión a esta experiencia literaria. Hasta entonces, las publicaciones de viajes se ilustraban con grabados y litografías que, si bien eran evocadores, dejaban margen a la imaginación. Sin embargo, con los daguerrotipos, los libros de viajes podían ofrecer imágenes reales de los escenarios descritos, proporcionando una autenticidad visual que reforzaba la conexión entre los lectores y aquellos paisajes lejanos. Así, la fotografía no solo complementó la literatura de viajes, sino que la enriqueció, convirtiendo al “viajero de papel” en un testigo aún más cercano y vívido de las maravillas del mundo.

La fotografía como herramienta de modernización en España_

La imagen exótica y casi inmóvil de España comenzó a transformarse con la llegada al trono de Isabel II en 1843. Su reinado marcó un punto de inflexión en el que el país, aún anclado en su pasado romántico, empezó a mirar hacia el futuro con determinación.

El auge de la burguesía en las ciudades y la consolidación de una nueva esfera cultural liberal sentaron las bases para un desarrollo económico sin precedentes. Se impulsó la industria, se creó un mercado nacional más cohesionado y se promovieron reformas que acercaban al país a los ideales de modernidad que ya florecían en otros rincones de Europa.

La construcción del ferrocarril y de nuevas infraestructuras fue una muestra tangible de este progreso. No es de extrañar que estos símbolos del cambio captaran la atención de los fotógrafos, siempre ávidos de reflejar no solo la grandeza de nuestro pasado, sino también las señales palpables de renovación y avance. A través de sus lentes, se documentaba una España que comenzaba a transformarse, un país en movimiento, que equilibraba sus raíces históricas con sus aspiraciones de modernidad.

El mecenazgo de Isabel II y el auge de la fotografía_

El verdadero impulso al desarrollo de la fotografía en España se debió en gran medida al mecenazgo de la reina Isabel II y de su cuñado, el duque de Montpensier. Ambos demostraron un gran interés por este nuevo medio, reuniendo una vasta colección de imágenes que ofrecían un retrato fiel y fascinante de la España decimonónica.

Para Isabel II, la fotografía se convirtió en una herramienta estratégica para documentar y difundir los logros de su reinado. La Corona, consciente del poder de la imagen, vio en la fotografía el vehículo perfecto para proyectar una imagen de modernidad y progreso, tanto a nivel nacional como internacional. A través de retratos oficiales, álbumes de viaje y escenas cotidianas, la soberana no solo dejó constancia de sus visitas por toda la geografía española, sino que también mostró las infraestructuras y avances promovidos bajo su mandato.

El apoyo de la Casa Real a la fotografía no se limitó a la adquisición de imágenes, sino que se extendió a un verdadero mecenazgo. Se atrajo a numerosos fotógrafos extranjeros, quienes encontraban en España no solo paisajes y escenas dignas de ser capturadas, sino también la oportunidad de trabajar bajo el amparo de la Corte. Esta protección no solo les garantizaba estabilidad económica, sino también una valiosa proyección pública. Así, la España de Isabel II se convirtió en un escenario privilegiado para el florecimiento de la fotografía, consolidando este arte como un testigo imprescindible de la transición del país hacia la modernidad.

Fotografía y prensa: Un recurso para la credibilidad_

A partir de 1860, la fotografía se consolidó como un recurso valiosísimo para la prensa escrita y las revistas ilustradas, que hasta entonces dependían en gran medida de los trabajos de ilustradores gráficos. La posibilidad de acompañar los artículos con imágenes reales no solo aportaba una dosis de autenticidad y credibilidad a las publicaciones, sino que también capturaba la atención de un público cada vez más ávido de información visual. Esta combinación de texto e imagen generó un notable incremento de lectores, lo que se tradujo en mayores beneficios económicos para las editoriales y medios de comunicación.

Fotógrafos de un siglo convulso_

Este contexto de florecimiento mediático coincidió con la edad dorada de la fotografía comercial en España. Entre los fotógrafos que destacaron por su producción y calidad, brillaron especialmente dos nombres: el británico Charles Clifford y el francés Jean Laurent. Mientras que Clifford sentó las bases de la fotografía documental en España, Laurent llevó esta disciplina a nuevas cotas de excelencia, convirtiéndose en el cronista visual de una nación agitada y en constante transformación.

La España de la segunda mitad del siglo XIX era todo menos estable. Era un país inmerso en una vorágine de cambios políticos, sociales, militares y culturales. En apenas medio siglo, la nación atravesó una Revolución que derrocó a Isabel II, vivió el breve y peculiar reinado de Amadeo de Saboya, experimentó la efímera I República y fue testigo del golpe de Estado de Pavía, que desembocó en la Restauración borbónica con Alfonso XII. Además, el país se enfrentó a dos guerras carlistas, a la rebelión cantonal, a las guerras coloniales en Marruecos y a las primeras huelgas laborales que empezaban a manifestar las tensiones sociales de la incipiente industrialización.

En medio de esta turbulencia, España experimentaba un crecimiento económico impulsado por la industrialización y los grandes proyectos de infraestructura e ingeniería. Sin embargo, este desarrollo no fue lineal: el país vivió ciclos de expansión y contracción económica que exacerbaron las desigualdades sociales. Mientras una parte de la sociedad se enriquecía con el auge industrial, las clases populares sufrían las consecuencias de las crisis económicas y la precariedad laboral, lo que incrementó las tensiones y derivó en movilizaciones y huelgas.

En el ámbito cultural, España comenzó a tomar conciencia de su inmenso patrimonio artístico, en gran medida abandonado tras la Desamortización de Mendizábal. Muchos monasterios, iglesias y edificios históricos habían quedado en ruinas o en manos privadas, lo que llevó a una nueva valoración del patrimonio nacional y al inicio de los primeros movimientos de conservación y restauración.

En este contexto convulso, la fotografía en el siglo XIX no solo documentó los eventos históricos y las transformaciones sociales, sino que también se convirtió en un medio para preservar la memoria artística y monumental de España. Jean Laurent, en particular, destacó por su capacidad para capturar tanto la grandeza del patrimonio arquitectónico como los aspectos cotidianos de una sociedad en plena ebullición, ofreciendo un testimonio visual invaluable de una era compleja y fascinante.

Jean Laurent en Madrid: De jaspeador a fotógrafo_

En medio de la efervescencia de una España que comenzaba a sacudirse el polvo del pasado y a mirar con optimismo hacia el futuro, Jean Laurent Minier llegó a Madrid en 1844. Durante las siguientes tres décadas, su cámara se convertiría en un testigo privilegiado de los cambios sociales, políticos y culturales que marcaron la segunda mitad del siglo XIX.

Curiosamente, el propósito inicial de Laurent en la capital española no era dedicarse a la fotografía. Proveniente de Francia, donde había perfeccionado las técnicas de fabricación de papel de lujo para encuadernaciones y cajas, así como algunos métodos de coloreado de fotografías, Laurent se estableció en Madrid para trabajar como maestro jaspeador. Su habilidad para crear papeles decorativos y su destreza artesanal le auguraban un futuro prometedor en este oficio, pero el imparable auge de la fotografía en toda Europa despertó su inquietud emprendedora.

El espíritu innovador de Laurent y su capacidad para identificar las oportunidades de negocio lo llevaron pronto a cambiar de rumbo. Atraído por el potencial de este nuevo medio, decidió adentrarse en el mundo de la fotografía, donde encontraría no solo una nueva profesión, sino también una vocación que marcaría profundamente la historia visual de España.

El estudio fotográfico en la Carrera de San Jerónimo_

En 1856, Laurent dio un paso decisivo al inaugurar su primer comercio-estudio fotográfico en la azotea del número 39 de la Carrera de San Jerónimo. El lugar elegido no era casual: este local había sido anteriormente el taller de Charles Clifford. Laurent supo aprovechar no solo la ubicación estratégica del estudio, sino también el legado de prestigio que dejaba Clifford.

El estudio de Laurent no solo se convertiría en un referente para aquellos que deseaban retratos personales o familiares, sino que también se transformaría en un centro de innovación y experimentación fotográfica. Desde allí, el fotógrafo francés comenzaría a recorrer el país, capturando con su cámara la esencia de una España diversa, en la que las tradiciones centenarias convivían con el impulso renovador de la modernidad.

La Carrera de San Jerónimo, que hoy alberga el Congreso de los Diputados, fue testigo de los primeros pasos de Laurent en la fotografía. Desde esa azotea, no solo se proyectaron las imágenes de un país en transformación, sino que también se forjó el nombre de uno de los grandes maestros de la fotografía decimonónica.

Fama y clientes ilustres_

En sus inicios, Jean Laurent se especializó en la producción de retratos, un género que le permitió destacar rápidamente en el competitivo mercado madrileño. Su habilidad para incorporar innovaciones, como la aplicación de color en las copias fotográficas, le otorgó una ventaja distintiva y atrajo la atención de la alta sociedad de la capital. Bajo la marca "Fotografías J. Laurent", su estudio se convirtió en un punto de referencia para aquellos que deseaban inmortalizar su imagen con el inconfundible sello de calidad del fotógrafo francés.

Por su estudio desfilaron las figuras más influyentes del Madrid decimonónico, pertenecientes a los más diversos ámbitos. Políticos, aristócratas, toreros, actores, actrices, artistas plásticos, escritores y músicos se sentaron frente a su cámara, contribuyendo a crear un archivo visual extraordinario de la época. Entre sus clientes se contaron personalidades tan destacadas como el general Espartero, el militar y político Juan Prim, el poeta Gustavo Adolfo Bécquer, el torero Frascuelo o el financiero marqués de Salamanca.

En el Madrid de aquel entonces, contar con un retrato de J. Laurent era mucho más que una mera fotografía: era una declaración de estatus social. Su fama no solo se debía a la calidad técnica de sus trabajos, sino también a su popularidad como creador de las llamadas “tarjetas de visita”. Estas pequeñas fotografías de 6x10 centímetros, multiplicadas en decenas de copias, permitían a la élite madrileña distribuir su imagen en los círculos sociales más selectos. Este formato, accesible y elegante, se convirtió en un auténtico fenómeno de la época, consolidando aún más la reputación del estudio fotográfico.

El prestigio de Laurent alcanzó su punto culminante en 1861, cuando fue nombrado “Fotógrafo de Su Majestad la Reina”. Este título, otorgado por Isabel II, no solo era un reconocimiento a su talento, sino también una oportunidad única para documentar la vida de la monarquía y los eventos oficiales del país. Durante los siete años que desempeñó este cargo, Laurent retrató a la soberana y a su entorno, generando un valioso legado visual del reinado de Isabel II. Sin embargo, la agitación política de la Revolución Gloriosa de 1868, que derrocó a la monarca, puso fin a esta etapa dorada de su carrera oficial, aunque no mermó su influencia y proyección como uno de los grandes fotógrafos de la España del siglo XIX.

Madrid como modelo_

Mientras el estudio de Jean Laurent seguía ganando popularidad, las técnicas fotográficas avanzaban a pasos agigantados. Innovaciones como la invención del colodión húmedo revolucionaron el medio, permitiendo reducir los tiempos de exposición, mejorar la definición de las imágenes y, sobre todo, dotar de mayor movilidad a las pesadas cámaras de la época.

A diferencia del antiguo daguerrotipo, que producía una sola imagen irrepetible y requería largas exposiciones en interiores, el colodión húmedo ofrecía la posibilidad de capturar escenas al aire libre y realizar múltiples copias de una misma fotografía. Laurent, siempre atento a las nuevas oportunidades, no tardó en adoptar esta técnica y llevar su cámara más allá de las paredes de su estudio. Así comenzó a recorrer las calles de Madrid, convirtiendo la ciudad en el modelo perfecto para su objetivo.

Su mirada fotográfica no solo se detuvo en los rincones más emblemáticos de la capital, sino que también capturó el latido cultural y social del Madrid de la época. Laurent plasmó en sus fotografías el bullicio artístico de teatros como el Real, el de la Zarzuela o el Español, inmortalizando la arquitectura y la vida que fluía en sus alrededores. Supo captar la atmósfera bohemia de los cafés literarios, como el mítico Café de Fornos, donde se reunían intelectuales y artistas para compartir ideas y debates.

Además, Laurent dedicó su lente al Madrid aristocrático, realizando vistas de palacetes hoy desaparecidos, como el de Xifré, y creando un archivo visual invaluable de un patrimonio arquitectónico en constante transformación. Por supuesto, no dejó de lado el Madrid monumental: el Museo del Prado, la majestuosa Plaza Mayor y la animada plaza de toros de Fuente del Berro fueron algunos de los escenarios en los que desplegó su talento.

La popularidad de Laurent creció exponencialmente gracias a estas series fotográficas. No solo destacaron por la originalidad de sus temáticas, sino también por su innovadora técnica. El fotógrafo experimentó con los efectos de contraluz, logró siluetear arquitecturas y jugó con la profundidad de campo, ofreciendo imágenes con una composición cuidada y un notable sentido estético. Su habilidad para convertir escenas cotidianas en obras con un aura casi pictórica le valió el reconocimiento como uno de los pioneros de la fotografía urbana, consolidando su papel como cronista visual de una ciudad que, al igual que su obra, se movía con determinación hacia la modernidad.

La Casa Laurent: Innovación y expansión fotográfica_

Jean Laurent se consolidó como el fotógrafo más influyente del siglo XIX en España, trascendiendo las fronteras de Madrid para convertirse en un referente a nivel nacional. Aprovechando el desarrollo de la recién inaugurada red ferroviaria, Laurent emprendió viajes por toda la península, capturando y catalogando los tesoros artísticos y arquitectónicos de ciudades como Valladolid, Alicante o Toledo. Su lente inmortalizó paisajes, monumentos y escenas cotidianas, creando un archivo fotográfico que no solo documentaba el presente, sino que también preservaba la memoria visual de un país en transformación.

El creciente éxito de la Casa Laurent llevó a un aumento exponencial en la demanda de sus fotografías. Pronto, el trabajo desbordó la capacidad del propio Laurent, lo que le llevó a establecer un equipo de fotógrafos colaboradores. Estos profesionales, enviados a recorrer España y Portugal, seguían un riguroso protocolo técnico para mantener la coherencia estética y de calidad en las imágenes. Así, mientras Laurent fotografiaba una ciudad, otros equipos hacían lo mismo en distintos lugares, siempre bajo la firma unificada de “Laurent y Cía”. Esta expansión empresarial no solo permitió ampliar el archivo de la Casa Laurent, sino que también consolidó su reputación como la principal empresa fotográfica de la época.

Un laboratorio portátil: La innovación de Laurent_

La innovación técnica fue una de las claves del éxito de la Casa Laurent. Para facilitar los desplazamientos y la producción fotográfica en cualquier entorno, Laurent diseñó un ingenioso carromato-laboratorio. Este vehículo no solo servía para transportar el equipo fotográfico, sino que también funcionaba como un laboratorio móvil en el que se podían revelar las imágenes de inmediato.

El uso del colodión húmedo, la técnica predominante de la época, hacía imprescindible disponer de un espacio oscuro y controlado para preparar, exponer y revelar las placas fotográficas en pocos minutos. El laboratorio portátil de Laurent ofrecía esa funcionalidad, permitiendo a sus fotógrafos trabajar tanto en el bullicio de las ciudades como en el aislamiento del campo o incluso en la cubierta de un barco. Esta versatilidad fue clave para capturar escenas en lugares remotos o en condiciones difíciles, ampliando enormemente el alcance de su archivo fotográfico.

La Corona española pronto se dio cuenta del potencial propagandístico de la obra de Laurent. Con la ayuda de su extensa red de corresponsales, la Casa Laurent recibió el encargo de crear un amplio catálogo de obras públicas. El objetivo de esta iniciativa era contrarrestar la imagen negativa de España que aún persistía en Europa, donde el país era visto como un rincón atrasado, carente de infraestructuras modernas y habitado por majas y bandoleros. Las fotografías de Laurent mostraron una España diferente: una nación que construía puentes y vías férreas, que modernizaba sus ciudades y que avanzaba, con paso firme, hacia la modernidad.

La Casa Laurent no solo registró con su cámara el presente de España, sino que contribuyó activamente a redefinir su imagen pública, convirtiéndose en un actor clave en la construcción del relato visual de un país en pleno proceso de cambio.

El mejor embajador de la España del XIX_

Jean Laurent fue un visionario que entendió, mucho antes que otros, el poder de la imagen como herramienta para promover y vender un país. Su intuición y ambición lo llevaron a un hito sin precedentes: conseguir los derechos para fotografiar las obras del entonces Real Museo de Pintura, hoy conocido como el Museo Nacional del Prado. Esto le permitió reproducir las obras maestras de la pinacoteca en sus catálogos, ampliando la proyección internacional del arte español y ofreciendo a coleccionistas y amantes del arte la posibilidad de adquirir copias fieles de estas pinturas.

Consciente del valor histórico y comercial de su trabajo, Laurent se dedicó a organizar meticulosamente su archivo fotográfico. Desde 1861, la Casa Laurent comenzó a publicar detallados catálogos en los que se mostraban las imágenes disponibles para la venta en su taller. Esta práctica, innovadora para su tiempo, no solo facilitaba el acceso a sus fotografías, sino que también profesionalizaba el mercado fotográfico, sentando las bases de lo que hoy entenderíamos como un negocio de distribución de imágenes.

Las fotografías de Laurent podían adquirirse de diversas maneras: sueltas o montadas sobre cartones rígidos, pero también en lujosos álbumes temáticos. Estos álbumes, bellamente encuadernados, no eran meros recopilatorios de imágenes, sino auténticos objetos de coleccionista que combinaban la calidad visual con el refinamiento artesanal. Gracias a sus tiendas en Madrid y París, estas obras llegaron a toda Europa, convirtiéndose en codiciados recuerdos de un país tan enigmático como fascinante.

El fotógrafo francés no solo documentó la arquitectura, los paisajes y el arte de España, sino que logró transmitir su riqueza cultural más allá de sus fronteras. Su trabajo como cronista visual contribuyó a desdibujar la imagen estereotipada de una España atrasada y, en su lugar, proyectó al mundo una nación con un vasto patrimonio histórico y un claro impulso hacia la modernidad.

El impacto de su obra fue tal que Jean Laurent se convirtió en el mejor embajador de la cultura española en el siglo XIX. Su enfoque empresarial, combinado con su habilidad artística, le permitió no solo convertirse en uno de los fotógrafos más influyentes de su tiempo, sino también en uno de los más prósperos económicamente. Gracias a su labor, España dejó de ser vista únicamente como un destino exótico y comenzó a ser apreciada como un país con una profunda historia y un vibrante presente, capturado con maestría a través de la lente de Laurent.

Un nuevo estudio y vivienda_

El éxito y la fortuna que Jean Laurent cosechó a lo largo de su carrera le permitieron materializar un ambicioso proyecto personal y profesional. Encargó la construcción de un nuevo edificio en Madrid que albergara tanto su residencia familiar como su afamado taller fotográfico. Para ello, confió en el reconocido arquitecto Ricardo Velázquez Bosco, autor de emblemáticos proyectos como el Palacio de Velázquez y el Palacio de Cristal del Parque del Retiro.

El resultado fue un original edificio de estilo neomudéjar, inaugurado en noviembre de 1885 en la calle Granada. Su diseño innovador y su funcionalidad convirtieron rápidamente al inmueble en un referente arquitectónico en el ámbito fotográfico español, un espacio donde la vida cotidiana y el arte se fusionaban bajo un mismo techo.

El legado de Jean Laurent: Memoria visual de una España en cambio_

Apenas un año después de inaugurar su nueva casa-estudio-taller, Jean Laurent falleció el 24 de noviembre de 1886, a los 70 años de edad. Su partida tuvo lugar en el mismo edificio que había sido testigo de tantas de sus creaciones fotográficas. Hoy, el inmueble sigue en pie, aunque con una función muy distinta: actualmente alberga el colegio público Francisco de Quevedo, un destino que, de alguna manera, perpetúa el espíritu de difusión cultural que siempre caracterizó la obra de Laurent.

El fotógrafo francés fue enterrado en el cementerio de la Almudena, en Madrid, la ciudad que lo acogió y donde desarrolló gran parte de su carrera. En un gesto simbólico de pertenencia y gratitud, Laurent eligió que en su lápida apareciera su nombre castellanizado: “Juan Laurent”. Este detalle, lejos de ser anecdótico, refleja el profundo vínculo que estableció con España, el país al que dedicó su mirada fotográfica y en el que dejó un legado imborrable.

Hoy, casi un siglo y medio después de su muerte, el legado de Laurent sigue siendo inigualable. Su archivo fotográfico, compuesto por más de 12.000 negativos, constituye un testimonio visual excepcional de la España de la segunda mitad del siglo XIX. Muchas de estas imágenes han sido digitalizadas y se encuentran disponibles para consulta pública a través de la página web del Ministerio de Cultura y Deporte, convirtiéndose en una herramienta esencial para investigadores, historiadores y curiosos que desean asomarse al pasado.

El valor de su trabajo no solo radica en la calidad técnica y artística de sus fotografías, sino en la capacidad de capturar un país en plena transformación. Laurent documentó con rigor y sensibilidad un territorio dividido entre la tradición y la modernidad, ofreciendo una ventana única a un tiempo complejo y fascinante.

Aunque con el paso del tiempo su figura ha quedado algo desdibujada en la memoria colectiva, Juan Laurent siempre será recordado como el mejor notario de una España en evolución. Sus icónicas imágenes permiten, aún hoy, recorrer las calles, plazas y monumentos de un país que ya no existe, pero cuya esencia permanece atrapada en sus fotografías. Su legado es, en definitiva, una memoria visual impagable, un paseo privilegiado por la historia de Madrid que mantiene vivo el eco de un siglo que Laurent supo mirar, comprender y retratar como nadie.


Retrato de Jean Laurent Minier. Historia de Madrid

Jean Laurent Minier (Borgoña, Francia, 1816 – Madrid, 1886)

¿No habéis visto esas fotografías de ciudades españolas que en 1870 tomó Laurent? Ya esas fotografías están casi desteñidas, amarillentas, pero esa vetustez les presta un encanto indefinible
— José Martínez Ruiz, "Azorín"


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