Miradas de bronce

Antigua casa de Mariano Benlliure en Madrid. Historia de Madrid

Solar donde se ubicó la casa de Mariano Benlliure. Madrid, 2021 ©ReviveMadrid

Mariano Benlliure: el rostro eterno de Madrid

¿Sabías que uno de los mejores museos de Madrid es completamente gratuito, no requiere hacer cola y permanece abierto las 24 horas del día, los 365 días del año? Se trata, nada más y nada menos, que de las propias calles y plazas de la ciudad. Estos espacios urbanos, vibrantes y llenos de vida, custodian una colección incomparable de historia, arte y tradiciones que supera a cualquier galería de la capital, sin necesidad de adquirir una entrada.

Cada plaza, rotonda o parque por los que tenemos la fortuna de transitar diariamente nos regala la oportunidad de disfrutar de auténticas joyas esculpidas en piedra y bronce. Entre ellas, muchas llevan la firma de uno de los escultores españoles más ilustres, queridos y prolíficos: Mariano Benlliure. Su legado artístico ha dejado una huella indeleble en el paisaje madrileño, convirtiendo cada rincón en un testimonio palpable de su genialidad y talento.

El valor de la escultura pública: más allá del ornamento urbano_

Al igual que la arquitectura, la escultura exhibida en las ciudades contribuye de manera decisiva a definir y enriquecer sus espacios. El arte urbano no solo embellece las calles y plazas, sino que también otorga a su entorno una profunda identidad histórica y actúa como un estímulo constante para la imaginación de quienes lo contemplan. Cada escultura se convierte en un relato silencioso, capaz de conectar el presente con el pasado y de inspirar nuevas perspectivas.

A lo largo de los siglos, los monumentos y esculturas públicas han servido como espejos en los que una sociedad redescubre su memoria colectiva. Estas obras, convertidas en símbolos de la ciudad e iconos de su urbanismo, no solo embellecen el paisaje, sino que adquieren una relevancia inmediata y duradera. Tal es su poder de comunicación que, desde muy temprano, los gobiernos comprendieron su potencial como vehículos de difusión de ideas, especialmente en épocas en las que gran parte de la población era analfabeta.

De este modo, el adoctrinamiento y la propaganda encontraron en los monumentos públicos un aliado eficaz. En España, y especialmente en Madrid, esta relación ha sido palpable desde tiempos remotos. Durante el convulso siglo XIX, el espacio civil de la capital se transformó en una extensión del poder, donde las esculturas y monumentos históricos no solo adornaban la ciudad, sino que también transmitían mensajes políticos y sociales, convirtiendo las calles en un auténtico escenario de influencia y control.

El origen de la escultura conmemorativa en España: la memoria esculpida en piedra_

Para rastrear los inicios de la escultura monumental pública en España, es necesario retroceder hasta las Cortes de Cádiz de 1814. Fue entonces cuando se planteó por primera vez la necesidad de erigir monumentos en honor a los héroes que entregaron sus vidas por la nación durante la Guerra de la Independencia contra los ejércitos napoleónicos. Aquella coyuntura histórica, marcada por el fervor patriótico y la aspiración a una nueva era de libertad, sentó las bases para la proliferación de la escultura conmemorativa en nuestro país.

En esos años, se comenzó a trazar un ambicioso proyecto de monumentalización urbana, en el que las esculturas no solo embellecerían las calles y plazas, sino que también servirían como portavoces de los ideales de libertad y nacionalismo. Estos monumentos, cargados de simbolismo, tenían como objetivo inmortalizar a los protagonistas de las grandes gestas históricas y ofrecer a la sociedad un espejo en el que reconocerse y encontrar motivos de orgullo en sus raíces.

Madrid, por su condición de capital y su papel central en la historia de España, se perfiló rápidamente como el escenario idóneo para este proyecto. La ciudad se transformó en un auténtico "olimpo urbano" donde las esculturas y monumentos no solo contaban historias del pasado, sino que también aspiraban a forjar una identidad colectiva. Así, cada rincón de la ciudad se convirtió en un espacio de memoria y en un recordatorio constante de la grandeza y el sacrificio de quienes contribuyeron a construir la nación.

El objetivo de monumentalizar Madrid: un homenaje en piedra y bronce_

A mediados del siglo XIX, Madrid era una ciudad sorprendentemente escasa en esculturas públicas que rindieran homenaje a los grandes héroes de la nación. Su paisaje urbano apenas contaba con dos monumentos ecuestres destacados, dedicados a Felipe III y Felipe IV, ambos ligados exclusivamente a la Casa Real de los Austrias. Esta carencia evidenciaba una necesidad apremiante: dotar a la capital de un simbolismo monumental acorde con su papel de cabecera de un nuevo estado moderno.

Madrid, en pleno crecimiento, se concebía como el corazón de una nación en transformación, pero arrastraba una insaciable sed de recuerdos y símbolos que reforzaran su identidad histórica y cultural. La ciudad necesitaba un discurso visual que conectara a sus habitantes con un pasado glorioso y que, al mismo tiempo, proyectara una imagen de modernidad y estabilidad.

Tras la agitación política de la Revolución de 1868 y el posterior fracaso de la Primera República, el periodo de la Restauración, iniciado en 1874, se presentó como una era de paz, reconstrucción y orden. Fue entonces cuando el gobierno, en sintonía con las crecientes clases burguesas de Madrid, impulsó un ambicioso proyecto de monumentalización. Se trataba de recordar a la sociedad española que su historia estaba llena de episodios dignos de orgullo, y nada mejor para ello que poblar la ciudad con esculturas conmemorativas que actuaran como testigos mudos de esa grandeza.

Este programa escultórico no solo respondía a una intención estética o decorativa, sino que estaba intrínsecamente vinculado al nuevo urbanismo y la expansión de las ciudades. Las exigencias técnicas y económicas de este ambicioso proyecto solo pudieron ser afrontadas a partir del último tercio del siglo XIX, cuando Madrid comenzó a llenarse de monumentos que no solo embellecían sus calles, sino que también contaban su historia y reafirmaban su papel como capital de una nación en busca de su destino.

La memoria de un país: Madrid como escenario de la historia_

Madrid se convirtió en el gran escenario donde se esculpió la memoria cultural de toda España. A través de una vasta colección de monumentos, la capital rindió homenaje a figuras históricas de relevancia, héroes nacionales, destacadas personalidades de la Iglesia y notables representantes del ámbito cultural. Estos monumentos no solo decoraban las calles y plazas, sino que también tejían un relato visual y simbólico del pasado, convirtiendo la ciudad en un museo al aire libre.

El final del siglo XIX trajo consigo un avance significativo en la fotografía, que se había profesionalizado y popularizado. Esta nueva herramienta no solo revolucionó el retrato oficial, sino que elevó su estatus hasta convertirlo en monumento público. Así, los bustos de grandes personajes contemporáneos se integraron de manera natural en el espacio artístico urbano, aportando un componente de realismo y cercanía que enriquecía la experiencia del viandante.

Más allá de su función conmemorativa, estas imágenes esculpidas tenían el poder de moldear la percepción pública de los personajes y acontecimientos a los que representaban. Al inmortalizar rostros y gestas en piedra y bronce, se contribuía a fijar en el imaginario colectivo una versión concreta de la historia. De este modo, los espacios públicos se transformaron en auténticos "lugares de la memoria", donde la práctica comunitaria de la cultura del recuerdo encontraba su escenario ideal.

En cada plaza y rotonda, Madrid invitaba a sus ciudadanos a detenerse, reflexionar y conectar con un pasado compartido, haciendo de la ciudad no solo un lugar de tránsito, sino un espacio de identidad y pertenencia.

El auge de los escultores públicos en el siglo xix_

Desde una perspectiva artística, cada monumento público en Madrid no solo inmortalizaba al personaje representado, sino que también elevaba a su creador al estatus de maestro consagrado. Así, durante las últimas décadas del siglo XIX y los albores del XX, la realización de un monumento conmemorativo se convirtió en la cúspide de la carrera de un escultor, otorgándole prestigio y reconocimiento en su disciplina. Aquellas esculturas, expuestas al aire libre y contempladas a diario por miles de personas, eran una declaración de talento y una oportunidad de dejar una huella perdurable en la memoria urbana.

En ese contexto, el Madrid de finales del siglo XIX se llenó de esculturas creadas por artistas destacados como Aniceto Marinas y Agustín Querol, quienes contribuyeron a la transformación de la capital en un museo al aire libre. Sus obras, impregnadas de belleza y simbolismo, aún adornan las calles madrileñas, convirtiéndose en parte integral del paisaje de la ciudad. Sin embargo, entre todos ellos, fue el genio del valenciano Mariano Benlliure quien logró brillar con un virtuosismo y versatilidad únicos. Su habilidad para capturar la vida y el movimiento en la escultura hizo de sus obras auténticos hitos artísticos que siguen cautivando a los madrileños y visitantes.

Mariano Benlliure, escultor del nuevo Madrid_

Mariano Benlliure y Gil nació en Valencia en 1862, en el seno de una familia dedicada al arte. Su padre y sus tres hermanos mayores eran pintores reconocidos, lo que favoreció en él un temprano interés por el dibujo, la pintura y, especialmente, la escultura. Su talento se manifestó de forma asombrosa desde la infancia: se dice que comenzó a esculpir antes de pronunciar su primera palabra, ya que no habló hasta los siete años. Esta anécdota, cargada de simbolismo, parece anticipar el modo en que Benlliure se comunicaría con el mundo: a través del cincel y la arcilla.

A diferencia de muchos artistas de su tiempo, Benlliure nunca asistió a academias ni escuelas artísticas formales. Su formación fue completamente autodidacta, alimentada por su innata curiosidad y un trabajo incansable en diversos talleres. Allí se dedicó a dibujar, tallar y cincelar, puliendo sus habilidades y desarrollando un estilo propio que fusionaba el realismo con una extraordinaria sensibilidad para captar la esencia de sus modelos.

La falta de formación académica no fue un obstáculo para su carrera, sino más bien un impulso que le permitió desarrollar una mirada fresca y personal sobre la escultura. Su trabajo pronto llamó la atención de críticos y mecenas, lo que le abrió las puertas para participar en importantes proyectos conmemorativos en Madrid. Con cada nueva obra, Benlliure no solo rendía homenaje a las figuras históricas que representaba, sino que también consolidaba su legado como el escultor que contribuyó a esculpir la identidad monumental de la capital española.

La influencia de Miguel Ángel: el despertar de un escultor_

Apenas con diecinueve años, Mariano Benlliure se trasladó a Roma con la firme intención de labrarse un futuro como pintor. Sin embargo, el destino tenía otros planes para él. Fue en la Ciudad Eterna donde descubrió, de primera mano, la majestuosa obra escultórica de Miguel Ángel Buonarrotti. La fuerza expresiva y la monumentalidad de las esculturas del maestro renacentista causaron un profundo impacto en el joven valenciano. Tanto fue así que, casi de inmediato, decidió abandonar los pinceles y dedicarse en cuerpo y alma a la escultura.

Instalado en Roma, Benlliure fijó su estudio en la capital italiana y allí permaneció durante casi dos décadas. Este periodo resultó fundamental para su desarrollo artístico, permitiéndole perfeccionar sus extraordinarias habilidades para el modelado. En la cuna del arte clásico, rodeado de ruinas antiguas y obras maestras, el escultor absorbió influencias y técnicas que luego adaptaría con maestría a su propio estilo, combinando el realismo más detallado con una sensibilidad única para captar el movimiento y la emoción.

el éxito de benlliure en madrid_

En 1897, Benlliure regresó a España y se estableció en Madrid, donde abrió su primer estudio en la Glorieta de Quevedo. Su llegada a la capital coincidió con un momento en el que la ciudad demandaba nuevas esculturas conmemorativas, lo que resultó ser una oportunidad perfecta para mostrar su talento. Muy pronto, su virtuosismo y su versatilidad para trabajar con todo tipo de materiales, desde el bronce hasta el mármol, le hicieron destacar en el competitivo panorama artístico madrileño.

El reconocimiento internacional no tardó en llegar. En 1900, Benlliure recibió la prestigiosa Medalla de Honor de Escultura en la Exposición Universal de París, un galardón que consagró su carrera. Entre las obras presentadas, destacó el impresionante mausoleo del tenor navarro Julián Gayarre, situado en Roncal (Navarra). Esta escultura no solo evidenciaba su dominio técnico, sino también la profunda conexión personal que tenía con Gayarre, a quien consideraba un amigo cercano. La expresividad de las figuras y el dinamismo de la composición hicieron de esta obra una de sus creaciones más memorables.

A partir de entonces, Mariano Benlliure se convirtió en uno de los escultores más solicitados de España. Su nombre era sinónimo de calidad y su fama creció rápidamente, hasta el punto de monopolizar prácticamente todas las convocatorias públicas para la realización de bustos y monumentos en Madrid. Su capacidad para inmortalizar a las grandes figuras de su tiempo y para dotar de vida a cada pliegue de las vestiduras o cada gesto en sus esculturas hizo que sus obras se integraran de manera natural en el paisaje urbano, donde aún hoy siguen deslumbrando a quienes tienen la fortuna de contemplarlas.

Virtuosismo y rigor histórico: la huella del detalle en la obra de Benlliure_

Mariano Benlliure no solo fue un escultor virtuoso desde el punto de vista técnico, sino también un meticuloso narrador histórico a través de sus obras. Los concursos públicos y encargos directos en los que participaba solían exigir no solo una ejecución impecable, sino también un profundo rigor histórico. El escultor valenciano cumplió siempre con creces estos requisitos, logrando plasmar la imagen más fiel posible de los personajes homenajeados. Su enfoque abarcaba tanto la psicología y el carácter de los retratados como el contexto histórico y, en muchas ocasiones, detalles anecdóticos que aportaban autenticidad y vida a sus esculturas.

Benlliure demostraba una asombrosa versatilidad en sus composiciones, creando desde retratos estáticos de excepcional profundidad psicológica hasta grupos escultóricos de gran dinamismo y complejidad. Su habilidad para trabajar con distintos materiales —mármol, bronce y diversas piedras— le permitía adaptar cada monumento a su función conmemorativa, asegurándose de que cada obra cumpliera su propósito de preservar la memoria del personaje o la hazaña representada. Esta combinación de técnica y narrativa histórica convirtió sus esculturas en auténticos hitos del paisaje urbano madrileño y más allá.

Una nueva estética: la ciudad como museo al aire libre_

Benlliure no se limitó a esculpir, sino que redefinió el concepto de monumento público al tener en cuenta al público que lo admiraría. Por primera vez, un escultor pensó en los paseantes y en la interacción de la obra con su entorno. Analizaba cuidadosamente el emplazamiento de cada monumento, estudiando in situ el contexto urbano para determinar la orientación, las proporciones y la composición más adecuada. Su objetivo era que las esculturas no solo fueran vistas, sino también vividas, creando una experiencia estética y emocional para los ciudadanos.

El éxito y reconocimiento de Benlliure no se limitaron al ámbito artístico. Disfrutó de una posición económica acomodada, lo que le permitió adquirir una propiedad en el madrileño barrio de Chamberí. Su hogar y estudio, situados entre el Paseo de la Castellana y las calles José Abascal, Zurbano y Bretón de los Herreros, se convirtieron en un espacio de creación y un punto de encuentro para la élite cultural de la época.

La decoración de esta residencia, a cargo de la Fábrica de Nuestra Señora del Prado, dirigida por Juan Ruiz de Luna y Enrique Guijo, añadía un toque artístico al entorno donde Benlliure vivía y trabajaba. Su casa no solo albergaba a los modelos que posaban para sus esculturas, sino que también era escenario de animadas tertulias en las que participaban algunas de las mentes más brillantes del momento. Entre los asiduos se contaban dos grandes amigos del escultor, también valencianos: el escritor Vicente Blasco Ibáñez y el pintor Joaquín Sorolla.

En estas reuniones, el arte, la literatura y la vida se entrelazaban, alimentando la inspiración y el espíritu creativo de Benlliure. Así, su hogar en Chamberí no solo fue un taller de escultura, sino también un auténtico salón cultural donde se gestaban ideas y se forjaban amistades duraderas. Este ambiente propició que su obra no solo se nutriera de la observación de la realidad, sino también del intercambio intelectual y artístico, consolidándolo como una figura clave en la historia cultural de Madrid y de España.

Una obra prolífica: el legado eterno de Mariano Benlliure_

La producción artística de Mariano Benlliure fue asombrosamente extensa y diversa, con esculturas repartidas por Europa, América y, especialmente, por toda España. Sin embargo, es Madrid la ciudad que atesora el mayor número de obras del escultor valenciano al aire libre, convirtiéndose en un auténtico museo urbano. Sus creaciones abarcan desde majestuosas estatuas conmemorativas y placas evocadoras hasta innovadores monumentos funerarios, todos ellos testimonio de su inagotable talento y versatilidad.

En el ámbito de la escultura funeraria, Benlliure demostró ser un pionero. Prueba de ello son los tres impresionantes cenotafios conservados en el Panteón de Hombres Ilustres de Madrid, dedicados a José Canalejas, Eduardo Dato y Mateo Sagasta. En estas obras, el escultor rompió con la tradición alegórica predominante, incorporando un enfoque innovador que fusionaba realismo y naturalismo. Su capacidad para transmitir emociones genuinas y capturar la esencia de los personajes homenajeados otorgó a estos monumentos una fuerza expresiva sin precedentes.

Un recorrido artístico por Madrid: de la historia al arte_

Pasear por Madrid es, en cierto modo, recorrer la carrera artística de Mariano Benlliure. Sus obras están estratégicamente diseminadas por la ciudad, creando un itinerario que abarca distintas épocas de su trayectoria y estilos. Desde sus primeras esculturas, como la estatua de Bárbara de Braganza en la Plaza de París, hasta sus monumentos más maduros y complejos, cada pieza refleja su evolución artística y su inconfundible sello personal.

Entre las esculturas más emblemáticas destacan:

  • Estatua de María Cristina de Borbón, situada frente al Casón del Buen Retiro, donde la sobriedad del retrato se mezcla con una elegancia propia de la realeza.

  • Monumento a Francisco de Goya, junto al Museo del Prado, que rinde homenaje al genial pintor con una serenidad y majestuosidad que parecen dialogar con las obras del museo.

  • Estatua de Jacinto Ruiz, en la Plaza del Rey, una representación llena de energía y dinamismo, capturando el arrojo del héroe del Dos de Mayo.

  • Monumento al Cabo Noval, en la Plaza de Oriente, una obra que refleja tanto el sacrificio del soldado como la dignidad de su memoria.

  • General Martínez Campos, en la Castellana, con un asombroso detalle en el caballo y la figura del militar, que transmite una fuerza contenida.

  • Álvaro de Bazán, en la Plaza de la Villa, una escultura de gran poder simbólico dedicada al almirante cuya mirada parece custodiar la historia de España.

  • Monumento a Alfonso XII, en el Parque del Retiro, posiblemente una de sus obras más conocidas, donde el bronce y la piedra se conjugan en una composición monumental que embellece el estanque del parque.

  • Busto de Joaquín Sorolla, en el jardín de la Casa Museo Sorolla, un homenaje íntimo a su amigo, capturando la esencia del pintor valenciano con una delicadeza inusual.

  • Grupo escultórico La familia, la protección contra el fuego y la ayuda al mundo laboral, coronando la cúpula del icónico Edificio Metrópolis, un ejemplo de cómo su obra se integraba también en la arquitectura de la ciudad.

  • Placa en memoria de José Canalejas, en la Puerta del Sol, una pieza más discreta pero no menos significativa, que perpetúa el recuerdo del político asesinado en el corazón de Madrid.

Cada una de estas obras no solo enriquece el patrimonio artístico de la capital, sino que también convierte a la ciudad en un escenario donde el arte y la historia de Madrid se encuentran a cada paso. Mariano Benlliure logró, a través de su prodigiosa obra, que el pasado se perpetuara en el presente, creando un diálogo continuo entre las esculturas y la vida cotidiana de la capital.

Madrid y Benlliure: un legado eterno en piedra y bronce_

La profunda conexión entre Madrid y Mariano Benlliure perduró hasta el último aliento del escultor valenciano. Falleció el 9 de noviembre de 1947 en su hogar de la calle José Abascal, una casa que, tristemente, fue demolida poco después para dar paso a un nuevo edificio de viviendas. Fiel a su deseo, sus restos fueron trasladados a Valencia, donde fue enterrado junto a sus padres, cerrando así un ciclo de vida marcado por el arte y el amor a sus raíces.

En el momento de su muerte, muchos de los monumentos que había creado durante el periodo de la Restauración ya habían perdido su función conmemorativa original. Las esculturas de Madrid que antaño celebraban héroes y momentos históricos se convirtieron en reliquias de un pasado idealizado, testigos silenciosos de la dolorosa descomposición de la sociedad española tras la Guerra Civil. Desde sus pedestales, las estatuas observaban una nación marcada por la tragedia y la reconstrucción, aferrándose a su misión de preservar la memoria colectiva.

Un diálogo silencioso con el presente_

Hoy en día, al recorrer las calles de Madrid, seguimos rodeados por las obras de Benlliure, aunque a menudo no seamos plenamente conscientes de su presencia. Estas esculturas, integradas de manera natural en el paisaje urbano, han llegado a formar parte de la identidad visual de la ciudad. Su familiaridad es tal que, en ocasiones, nos cuesta reconocer su verdadero valor y la historia que guardan entre sus pliegues de bronce y mármol.

Sin embargo, las figuras esculpidas por Benlliure aún dialogan con aquellos viandantes que se toman un momento para alzar la mirada. Cada detalle, cada expresión y cada gesto congelado en el tiempo cuenta una historia y ofrece una ventana al pasado. Para quienes deciden detenerse y observar, estos monumentos no son meros adornos urbanos, sino auténticos tesoros que llenan de memoria y belleza las calles madrileñas.

La ciudad de Madrid, sin la huella indeleble de las manos de Mariano Benlliure, no sería la misma. Su legado no solo embellece la capital, sino que también la dota de una narrativa visual única, en la que el pasado y el presente se encuentran a cada paso. Las esculturas del maestro valenciano siguen cumpliendo su misión original: ser un recordatorio perpetuo de la grandeza y la historia, invitándonos a reflexionar y a sentirnos parte de un legado cultural compartido.


Imagen de Mariano Benlliure y Gil. Historia de Madrid

Mariano Benlliure y Gil (Valencia, 1862-Madrid, 1947)

He sido mudo hasta los siete años en que comencé a decir algunas palabras. Luego tartamudeé mucho tiempo y tengo dificultad para hablar, incluso cuando me enfado soy más torpe de expresión […]
— Mariano Benlliure


¿cómo puedo encontrar el lugar en el que vivió mariano benlliure en madrid?