La mirada perdida
Julio Romero de Torres y la “Chiquita piconera”
El flamenco no es solo un arte que se canta y se baila... también se pinta. A lo largo del siglo XX, artistas como Sorolla, Zuloaga, Dalí o Picasso lo reflejaron en su obra. Sin embargo, hablar del flamenco en la pintura es, sin duda, hablar de Julio Romero de Torres.
El flamenco en la pintura_
El flamenco como temática pictórica apareció por primera vez en las llamadas obras “costumbristas” que, desde el siglo XIX, reflejaban los usos y costumbres de la sociedad española. Fue en esos cuadros donde empezaron a representarse los cantes improvisados en cortijos o casas particulares y los primeros cafés cantantes. A principios del siglo XX, el flamenco se asentó como género artístico propio.
Primeros años cordobeses_
Su máximo representante, Julio Romero de Torres, vino al mundo en Córdoba, en 1874, y su vida estuvo abocada al arte desde el primer momento: nació en el Museo Provincial de Bellas Artes de Córdoba en el que vivía su familia por ser su padre, además de un destacado pintor, director de la institución.
El joven Julio experimentó intensamente la vida cultural de la Córdoba de finales del siglo XIX y en ese ambiente fue desarrollando su personalidad artística.
Con poco más de veinte años, abandonó los pinceles para entregarse a su verdadera pasión: el cante flamenco. Se probó como cantaor en diferentes cafés cantantes, pero no tuvo éxito. Su talento estaba en la pintura y su obra siempre mantendría el flamenco y la copla como influencias destacadas.
Madrid, segundo hogar_
Aunque la vida y la obra de Romero de Torres es inseparable de la ciudad de Córdoba, donde hoy se puede contemplar lo más importante de su producción en el museo que lleva su nombre, Madrid puede considerarse su segundo hogar.
En 1906 se trasladó a la capital junto a su hermano Enrique, también pintor. Su primera residencia fue un piso alquilado en el número 15 de la Carrera de San Jerónimo. Los dos hermanos frecuentaron las tertulias y los ambientes intelectuales madrileños.
Los cafés y las tertulias_
Siempre ataviado con su capa y su sombrero cordobés, Julio fue habitual de la tertulia del Ateneo junto a los hermanos Quintero, Ortega y Gasset o Pérez de Ayala; de la del Café del Pombo, con Ramón Gómez de la Serna, Solana, Rusiñol o Bagaría; y de la del Café de Levante, arropado por Jacinto Benavente, Pío Baroja, Zuloaga, los hermanos Machado y Valle Inclán, con quien entabló una grandísima amistad que contribuiría a mitificar y dar categoría social al pintor andaluz.
Su estudio, foco cultural_
En 1916 el artista cordobés fue nombrado profesor de ropaje de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Ese mismo año instalaba su residencia y estudio en este domicilio del número 61 de la Calle Pelayo, ubicado justo detrás del modernista Palacio de Longoria, hoy sede de la SGAE (Sociedad General de Autores).
Este estudio fue, además de su lugar de trabajo, centro de tertulia de la intelectualidad y punto de encuentro de la alta sociedad madrileña de la época e incluso de la realeza: la reina María Cristina fue espectadora habitual del trabajo de Romero de Torres.
La mujer morena_
Por este lugar pasaron algunas de las más de 400 modelos de rasgos raciales, prototipo de “mujer morena” que caracterizó la obra del pintor cordobés, como las bailaoras Pastora Imperio o Encarnación López “La Argentinita”.
Una de sus modelos favoritas, María Teresa López, fue inmortalizada por Romero de Torres en sus dos últimos cuadros, a la postre sus obras más universales: La Chiquita piconera y La Fuensanta.
María Teresa tenía tan sólo catorce años cuando sirvió de modelo para el pintor… una experiencia que, siendo ya anciana, reconoció le había “amargado la vida”. Despreciada, vejada y cuestionada, incluso por su familia, sobre ella siempre se mantuvo la sombra de la sospecha por algo que nunca hizo: ser la amante adolescente de un pintor al que le gustaban demasiado sus modelos.
la mirada oculta_
El exceso de trabajo, y una complicada enfermedad hepática, motivaron la vuelta de Romero de Torres a Córdoba. En su ciudad natal fallecía, el 10 de mayo de 1930, el que había sido el gran pintor de la generación del 98.
Julio Romero de Torres fue el cronista gráfico de una época y su obra ocupa un lugar incuestionable en la historia de la pintura española: retratos de mujeres fuertes, misteriosas y deseadas en el lienzo como Chiquitas Piconeras… cuya mirada melancólica a veces esconde mujeres de carne y hueso que fueron repudiadas en la vida real.
P.D: En recuerdo de María Teresa López (Córdoba, 1913-2003)