La mirada perdida

Antiguo estudio de Julio Romero de Torres. Historia de Madrid

Antiguo estudio de Julio Romero de Torres. Madrid, 2020 ©ReviveMadrid

Julio Romero de Torres y La Chiquita Piconera: flamenco hecho pintura

El flamenco no es solo un arte que se canta y se baila, sino también una fuente inagotable de inspiración para otras disciplinas, entre ellas la pintura. A lo largo del siglo XX, grandes maestros como Joaquín Sorolla, Ignacio Zuloaga, Salvador Dalí y Pablo Picasso plasmaron en sus lienzos la esencia de este género, capturando su fuerza, su melancolía y su duende. Sin embargo, si hay un nombre que resuena con especial fuerza cuando se habla de la representación pictórica del flamenco, ese es, sin duda, el de Julio Romero de Torres. Su obra, impregnada de sensualidad, simbolismo y un profundo arraigo andaluz, elevó la iconografía flamenca a la categoría de mito.

El flamenco como fuente de inspiración artística_

La representación pictórica del flamenco tuvo sus primeros vestigios en la pintura costumbrista del siglo XIX, un estilo dedicado a capturar con detalle los usos, tradiciones y escenas cotidianas de la sociedad española. En estos lienzos, comenzaron a plasmarse los cantes improvisados en cortijos y casas particulares, así como la atmósfera vibrante de los primeros cafés cantantes, donde este arte encontraba un espacio de expresión y difusión. Con la llegada del siglo XX, el flamenco dejó de ser un mero motivo dentro de la pintura costumbrista para consolidarse como un género pictórico en sí mismo, adquiriendo una identidad propia y una profunda carga simbólica en manos de los grandes maestros de la época.

De Córdoba a los cafés cantantes: los orígenes de Julio Romero de Torres_

El máximo exponente de la pintura flamenca, Julio Romero de Torres, nació en Córdoba en 1874, en un entorno donde el arte era más que una vocación: era un destino inevitable. Su llegada al mundo tuvo lugar en un espacio singular, el Museo Provincial de Bellas Artes de Córdoba, donde su familia residía debido a la profesión de su padre, Rafael Romero Barros, un reconocido pintor y director de la institución. Desde su infancia, Julio estuvo rodeado de lienzos, pinceles y tertulias artísticas que alimentarían su sensibilidad creativa.

Durante su juventud, vivió con intensidad la efervescente vida cultural de la Córdoba de finales del siglo XIX, absorbiendo influencias que definirían su estilo y forjarían su identidad artística. Sin embargo, hubo un momento en el que su amor por el arte pareció desviarse hacia otro camino: con poco más de veinte años, decidió apartarse temporalmente de la pintura para entregarse a una de sus grandes pasiones, el cante flamenco. Probó suerte como cantaor en distintos cafés cantantes, soñando con hacerse un nombre en el mundo del flamenco, pero el destino tenía otros planes. Su voz no alcanzó el reconocimiento esperado, y pronto comprendió que su verdadera forma de expresión estaba en los pinceles. No obstante, aquella breve incursión en el cante dejó una huella indeleble en su obra, que siempre mantendría al flamenco y la copla como referentes esenciales.

Madrid y su auge cultural: segundo hogar del artista_

Aunque la vida y la obra de Julio Romero de Torres están íntimamente ligadas a Córdoba, ciudad que hoy alberga su legado en el museo que lleva su nombre, Madrid se convirtió en su segundo hogar y en un escenario clave para su desarrollo artístico.

En 1906, acompañado por su hermano Enrique, también pintor, Romero de Torres se trasladó a la capital en busca de nuevas oportunidades. Su primera residencia fue un modesto piso alquilado en el número 15 de la Carrera de San Jerónimo, en pleno corazón de Madrid. Allí, ambos hermanos se sumergieron rápidamente en la vibrante vida cultural de la ciudad, frecuentando tertulias y círculos intelectuales donde coincidieron con escritores, músicos y otros artistas de la época. Este ambiente cosmopolita y efervescente enriqueció su visión artística y le permitió ampliar sus horizontes, consolidando su prestigio más allá de Andalucía.

Tertulias, cafés y modernismo: un pintor entre intelectuales_

Siempre envuelto en su inconfundible capa y con su característico sombrero cordobés, Julio Romero de Torres se convirtió en un rostro habitual de las tertulias madrileñas, espacios donde la literatura, la política y el arte se entrelazaban en apasionadas conversaciones. Su presencia era recurrente en el Ateneo de Madrid, donde compartía reflexiones con los hermanos Quintero, José Ortega y Gasset y Ramón Pérez de Ayala, figuras clave del pensamiento y la dramaturgia de la época.

También frecuentaba el emblemático Café del Pombo, epicentro de la bohemia intelectual, donde coincidía con Ramón Gómez de la Serna, José Gutiérrez Solana, Santiago Rusiñol y Bagaría, forjando vínculos con algunos de los más grandes creadores del momento. Pero si hubo un lugar donde su figura adquirió una dimensión casi mítica, fue en el Café de Levante, donde se codeaba con Jacinto Benavente, Pío Baroja, Ignacio Zuloaga, los hermanos Machado y, especialmente, con Ramón María del Valle-Inclán. Con este último cultivó una estrecha amistad que no solo consolidó su imagen dentro de la élite cultural, sino que también contribuyó a elevar su figura a la categoría de símbolo del arte andaluz en el Madrid de la época.

el estudio de julio romero de torres: un foco cultural_

En 1916, Julio Romero de Torres alcanzó un importante reconocimiento en su carrera al ser nombrado profesor de ropaje en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, institución de gran prestigio en el ámbito artístico español. Ese mismo año, fijó su residencia y estableció su estudio en un elegante inmueble situado en el número 61 de la calle Pelayo, en las inmediaciones del modernista Palacio de Longoria, actual sede de la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE).

Más que un simple espacio de trabajo, aquel estudio se convirtió en un auténtico centro cultural, un lugar donde convergían la bohemia artística, la intelectualidad y la alta sociedad madrileña. Escritores, pintores, músicos y pensadores acudían a sus tertulias, atraídos por la personalidad magnética del pintor y por la atmósfera creativa que allí se respiraba. Incluso la realeza encontró en su estudio un refugio de admiración por su arte: la reina María Cristina asistía con frecuencia para contemplar su proceso creativo, consolidando así la relevancia social de Romero de Torres en la vida cultural de la época.

María Teresa López y La Chiquita Piconera: mito y tragedia_

Por el estudio de Julio Romero de Torres pasaron más de 400 modelos, muchas de ellas reflejo del ideal de belleza que definió su obra: la enigmática y sensual "mujer morena", de facciones marcadas y profunda mirada. Entre sus musas destacaron figuras del mundo del flamenco, como las icónicas bailaoras Pastora Imperio y Encarnación López, más conocida como "La Argentinita", cuyos rasgos y temperamento quedaron inmortalizados en sus lienzos.

Sin embargo, ninguna modelo quedó tan ligada a su legado como María Teresa López, la joven que inspiró sus dos últimas y más universales creaciones: La Chiquita Piconera y La Fuensanta. Apenas tenía catorce años cuando posó para el pintor, una experiencia que, con el paso de los años, reconoció que le había "amargado la vida". La sociedad de la época la condenó con miradas de reproche y murmullos de sospecha, alimentando injustos rumores sobre una supuesta relación con el artista. Ni su familia ni el entorno cultural le brindaron la protección que necesitaba, y sobre ella recayó el estigma de haber sido la amante adolescente de un pintor cuyas inclinaciones hacia sus modelos fueron, en más de una ocasión, objeto de controversia.

Legado de Julio Romero de Torres: entre duende y simbolismo_

El ritmo extenuante de trabajo y una grave enfermedad hepática obligaron a Julio Romero de Torres a regresar a su Córdoba natal, donde, el 10 de mayo de 1930, falleció el gran pintor de la Generación del 98. Con su partida, el arte español perdió a uno de sus más singulares cronistas visuales, un artista cuya obra capturó con maestría el alma de una época.

Romero de Torres dejó un legado pictórico inconfundible, poblado de mujeres enigmáticas, de miradas profundas y siluetas envueltas en un halo de deseo y misterio. Sus Chiquitas Piconeras, símbolo de una feminidad entre la realidad y el mito, esconden tras su aparente melancolía historias más complejas y a menudo trágicas. Detrás del óleo y la pincelada quedaron mujeres de carne y hueso, algunas admiradas, otras olvidadas o incluso repudiadas por una sociedad implacable.

P.D.: En recuerdo de María Teresa López (Córdoba, 1913-2003).


María Teresa López (Córdoba, 1913-2003)

María Teresa López (Córdoba, 1913-2003)

Ay, chiquita piconera,
mi piconera chiquita!
Toa mi vía yo la diera
por contemplar tu carita.
Mira tú si yo te quiero
que sigo y sigo esperando
al laíto del brasero
para seguirte pintando
— Rafaél León


¿cómo puedo encontrar el lugar en el que se ubicó el estudio de julio romero de torres en madrid?