Dios los crea y ellos se juntan

Casa de Pablo Picasso y Pepe Isbert en Lavapiés. Historia de Madrid

Casa de Pablo Picasso y Pepe Isbert. Madrid, 2018 ©ReviveMadrid

Picasso e Isbert: vecinos en el Madrid de 1897

¿Qué probabilidades hay de que dos de los mayores talentos de la cultura española compartan portal sin saberlo? Si hablamos de Madrid… muchas. Y es que la capital es una ciudad de historias escondidas, de encuentros que nunca sucedieron y de casualidades que el tiempo convierte en leyenda. En 1897, en una finca de Lavapiés, un adolescente que garabateaba obsesivamente en sus cuadernos y un niño que hacía los deberes con su madre cruzaban las mismas escaleras a diario. Se trataba de dos futuros genios: Pablo Picasso y Pepe Isbert.

Durante meses, ambos compartieron escaleras, respiraron el mismo aire y vivieron bajo el mismo techo sin saber que, años después, sus nombres quedarían grabados en la memoria colectiva de España: uno revolucionaría el arte con el cubismo, el otro se convertiría en el rostro más entrañable del cine español, sin llegar a saber que estaban a una puerta de distancia de la genialidad. 

El Madrid de finales del siglo XIX: una ciudad en transformación_

A finales del siglo XIX, Madrid era una ciudad en plena transformación. La capital de España, con una población que rondaba los 500.000 habitantes, experimentaba un crecimiento urbano acelerado, reflejo de la modernización del país y de los cambios sociales que traía consigo la Revolución Industrial. Era una ciudad de contrastes, donde convivían la aristocracia y la burguesía emergente con una clase trabajadora que luchaba por salir adelante en los barrios populares.

Madrid seguía expandiéndose más allá del casco histórico, consolidando barrios como Chamberí, diseñados en el Plan Castro de 1860 para descongestionar el centro. Sin embargo, muchas de estas zonas tardaron en desarrollarse, y el crecimiento desordenado dio lugar a áreas densamente pobladas donde vivían trabajadores y comerciantes en condiciones muchas veces precarias. En estos barrios humildes predominaban las calles estrechas y la vida giraba en torno a mercados, tabernas y cafés cantantes, donde se mezclaban artistas y bohemios.

El alumbrado público eléctrico ya estaba instalado en las principales calles, y poco a poco comenzaban a llegar las primeras líneas de tranvías mecánicos, aunque coexistían con los de tracción animal. La Puerta del Sol, punto neurálgico de la ciudad, era testigo de la vida política y social, con periódicos y tertulias que marcaban el ritmo de la actualidad. Los cafés eran el epicentro de la vida social y cultural. En ellos se discutía sobre política, literatura y arte, y en algunos incluso se organizaban pequeños espectáculos de flamenco. 

En definitiva, el Madrid de finales del XIX era una ciudad en plena transformación, donde la tradición y la modernidad chocaban constantemente.

Arte y cultura en la capital: un hervidero creativo_

Aquel Madrid era, además, un hervidero cultural. El Museo del Prado ya era una referencia mundial con sus colecciones. La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando formaba a los jóvenes pintores, aunque su enseñanza seguía un modelo academicista que muchos rechazaban en favor de un arte más libre.

En literatura, la Generación del 98 comenzaba a hacerse notar, con autores como Unamuno, Baroja y Azorín, que criticaban la crisis del país y buscaban renovar la narrativa española. El teatro vivía un gran momento con compañías que llenaban escenarios como el Teatro Español o el Teatro de la Comedia.

A pesar de su dinamismo cultural, Madrid también reflejaba las tensiones sociales de la época. El crecimiento de la clase obrera trajo consigo huelgas y conflictos laborales. En 1898, la crisis por la pérdida de las últimas colonias de ultramar (Cuba, Puerto Rico y Filipinas) agudizó el sentimiento de decadencia en el país. La ciudad era un reflejo de este descontento popular, con manifestaciones y protestas que contrastaban con la vida acomodada de la aristocracia y la burguesía.

Lavapiés: cuna de artistas y epicentro cultural_

En aquel Madrid, el barrio de Lavapiés representaba como ningún otro el espíritu castizo, obrero y popular que tanta influencia tuvo en el arte y la cultura madrileña. Este barrio no solo fue testigo de la vida cotidiana de las clases trabajadoras, sino también un espacio donde florecieron el teatro, la música y la bohemia artística.

Se trataba de un barrio humilde, poblado por artesanos, comerciantes, jornaleros y obreros que vivían en casas de vecindad conocidas como corralas. Estos edificios de varios pisos, organizados en torno a un patio central, favorecían la convivencia y el intercambio cultural entre los vecinos. Aquí se fraguaron muchas de las costumbres que hoy identificamos con el Madrid más auténtico: las verbenas populares, las reuniones en las tabernas y los cantares flamencos que sonaban en los patios al caer la noche.

La vida en Lavapiés giraba en torno a los mercados y a las plazas, como la del Progreso o la de Antón Martín. En estos espacios se mezclaban vendedores ambulantes, buhoneros y músicos callejeros que daban al barrio un carácter bullicioso y lleno de vida.

Uno de los elementos más característicos de Lavapiés en esta época fue la proliferación de cafés cantantes, locales donde se ofrecían espectáculos de cante y baile flamenco. Algunos de los más célebres de la época se encontraban en la Plaza del Progreso (hoy Tirso de Molina), una de las zonas con más actividad nocturna, donde los artistas se reunían no solo para disfrutar de la música, sino también para intercambiar ideas. El Café de la Marina, por ejemplo, reunía a periodistas, escritores, pintores y toreros, creando un ambiente bohemio que influyó directamente en la vida cultural madrileña.

El teatro popular siempre estuvo muy presente en Lavapiés. Durante el siglo XIX, este barrio fue un hervidero de actores, dramaturgos y compañías ambulantes que representaban sainetes y zarzuelas, géneros que reflejaban con humor y realismo la vida cotidiana del Madrid popular.

A lo largo de los siglos, Lavapiés ha sido hogar y fuente de inspiración para numerosos artistas. Desde pintores como José Gutiérrez Solana, que retrató con crudeza la vida madrileña, hasta escritores como Valle-Inclán, que en sus esperpentos reflejó la vida de los personajes más marginales de la ciudad. Un barrio donde el arte y la vida se entrelazan, creando una identidad única dentro del Madrid histórico. En este mismo barrio dos futuros genios compartirían, sin saberlo, las mismas calles, escribiendo el inicio de una gran historia.

Picasso en Madrid_

La relación de Pablo Picasso con Madrid fue breve, pero intensa. Aunque nunca llegó a instalarse en la ciudad de manera definitiva, esta dejó una huella indeleble en su desarrollo artístico.

En 1897, un joven malagueño de 16 años, Pablo Ruiz Picasso, llegaba por primera vez a Madrid con el propósito de estudiar en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Esta prestigiosa institución había formado a grandes pintores españoles, pero su metodología basada en el academicismo chocaba con la inquietud de Picasso, quien pronto mostró más interés en aprender por su cuenta que en seguir las estrictas normas académicas.

Picasso apenas asistía a las clases. En su lugar, pasaba horas en el Museo del Prado, copiando y estudiando las obras de maestros como Velázquez, Goya y El Greco. Estos artistas se convertirían en referentes fundamentales en su obra posterior.

Un estudiante rebelde y autodidacta_

Más que en las aulas, Picasso encontraba inspiración en las calles de Madrid, en los cafés y en los espectáculos flamencos. Solía escaparse a dibujar en el Parque del Retiro, donde esbozaba escenas de la vida cotidiana madrileña y estudiaba la luz y el movimiento.

También frecuentaba los cafés cantantes de Lavapiés y la Plaza del Progreso, donde se sentaba con su cuaderno de dibujo, tomando apuntes rápidos de los bailaores y cantaores que pasaban por el escenario. Estos apuntes no solo reflejaban el movimiento y la pasión del flamenco, también demostraban su interés por la gestualidad y la emoción, aspectos que más tarde se verían reflejados en su arte, a través de obras emblemáticas como El guitarrista ciego, un cuadro que refleja su admiración por la música española y la atmósfera de los cafés cantantes que tanto le impresionaron en su juventud.

Madrid fue un lugar de aprendizaje y descubrimiento para el malagueño. Sin embargo, su estancia en la capital se vio interrumpida en 1898 cuando enfermó de escarlatina. Debilitado, regresó a Barcelona, donde continuó su formación en un ambiente artístico más acorde con su espíritu vanguardista.

El regreso de Picasso a Madrid: la revista Arte Joven_

Madrid volvería a cruzarse en la vida de Picasso en 1901. Con apenas 20 años, el artista regresó a la capital con una nueva inquietud: la creación de una revista de vanguardia. Junto al escritor Francisco de Asís Soler, fundó Arte Joven, una publicación que buscaba renovar el panorama artístico y literario español.

Aunque sólo se editaron cinco números, esta publicación fue un reflejo del espíritu inconformista de Picasso y su deseo de romper con la tradición. Durante este tiempo, vivió en un estudio en la calle Zurbano, donde comenzó a experimentar con los tonos fríos y melancólicos que más tarde darían inicio a su época azul, inspirada en la pobreza, la soledad y la marginalidad.

A diferencia de Barcelona o París, donde encontró ambientes artísticos más afines a su espíritu vanguardista, Madrid representó para Picasso una etapa de formación y descubrimiento, pero no de consolidación. Podemos decir que, aunque Madrid no es la ciudad que más se asocia a la biografía de Picasso, su impacto en el joven pintor fue innegable.

Décadas después, ya convertido en una leyenda, Picasso recordaría su relación con la capital cuando, en 1936, fue nombrado director honorífico del Museo del Prado, un reconocimiento simbólico a la conexión que siempre mantuvo con la ciudad.

Pepe Isbert: el camino hacia la interpretación_

Mientras Picasso abandonaba Madrid en 1898, en la ciudad crecía otro joven que, sin saberlo, también se convertiría en una figura clave de la cultura española: José Ysbert Alvarruiz, más conocido con los años como Pepe Isbert.

Aún lejos de los escenarios y de la fama cinematográfica, el joven Pepe transitaba un camino muy distinto al de los artistas bohemios de Lavapiés. Antes de convertirse en el entrañable actor que todos recordamos, su vida estuvo marcada por el mundo de los números, el trabajo burocrático y las responsabilidades familiares.

Nacido en Madrid en 1886, Pepe Isbert pasó sus años de infancia en el barrio de Lavapiés. En 1897, cuando tenía solo 11 años, sufrió la pérdida de su padre, un golpe que afectó profundamente a la familia y que obligaría al joven a madurar antes de tiempo.

Sin una figura paterna, Pepe tuvo que asumir desde muy joven una actitud responsable. Su destino parecía alejado de las artes: pronto demostró una gran facilidad para los números, lo que le llevó a estudiar contabilidad y administración. Estos estudios le garantizarían estabilidad económica en un momento en el que su familia necesitaba seguridad, más que sueños artísticos.

Siguiendo un camino más pragmático que el de Picasso, Pepe Isbert se formó en Mercantil, una disciplina que le permitiría acceder a empleos administrativos y contables. Su habilidad con los números y su disciplina le llevaron a conseguir un puesto fijo en el Tribunal de Cuentas, una institución clave en la gestión de las finanzas del Estado.

Cuesta pensar que, a pesar de la imagen desenfadada y cómica que años después mostraría en la gran pantalla, en esta etapa de su vida Isbert fuera un joven serio y trabajador, centrado en cumplir con sus responsabilidades y en asegurar su futuro y el de su familia.

El teatro: un destino inevitable_

A pesar de su prometedora carrera en el ámbito financiero, Pepe Isbert no era ajeno al mundo del espectáculo. Como madrileño de Lavapiés, creció rodeado de la cultura popular del barrio: zarzuelas y espectáculos costumbristas que reflejaban el día a día de la gente humilde.

En secreto, Isbert sentía una atracción creciente por la interpretación, hasta el punto de que el teatro comenzó a ejercer en él una poderosa influencia. A pesar de ello, no sería hasta más adelante, avanzada la juventud, cuando decidió dar el salto a los escenarios, tomando una decisión que cambiaría su vida por completo: abandonar su estabilidad laboral en la administración para convertirse en actor profesional.

Su primera gran oportunidad llegó en el Teatro de la Comedia de Madrid, donde debutó en pequeños papeles que pronto captaron la atención del público y de los críticos. A partir de ahí, su carrera fue en ascenso, consolidándose primero en los escenarios y más tarde en el cine, donde se convirtió en una de las figuras más queridas del panorama artístico español.

El curioso cruce de caminos: Picasso e Isbert en Lavapiés_

Antes de sus respectivos éxitos profesionales, en 1897, Picasso e Isbert residieron, sin saberlo, en la misma finca de la esquina de las calles San Pedro Mártir y Cabeza, en pleno barrio madrileño de Lavapiés. Ninguno de los dos dejó testimonio de una posible amistad o siquiera de haber sido conscientes de haber sido vecinos en este espacio de tiempo, aunque seguramente se cruzaron en las escaleras de la finca y en el barrio durante meses, pero… ¿cómo iban a imaginar el uno el futuro genio del otro?

Lola Gil y los murales conmemorativos_

Décadas después de que ambos personajes compartieran el mismo inmueble en Lavapiés, sus nombres volvieron a cruzarse gracias a la obra de la ceramista Lola Gil. En 1984, casi un siglo después de aquella curiosa coincidencia, Madrid quiso rendir homenaje a estos dos artistas con una serie de murales cerámicos que, además de recordar su estancia en el barrio, evocaban un encuentro que nunca llegó a producirse.

Estos murales, ubicados en la finca que ambos compartieron, no solo tienen un valor conmemorativo, sino que representan además una forma de devolver al paisaje urbano la memoria de aquellos artistas que alguna vez transitaron sus calles.

En los años 80, cuando el Ayuntamiento de Madrid impulsó varias iniciativas para recuperar la historia de la ciudad a través de intervenciones urbanas, Gil fue la encargada de plasmar en cerámica la curiosa historia común de Picasso e Isbert. Su trabajo, además de ser un homenaje a estos personajes, forma parte del esfuerzo por preservar la memoria de Lavapiés, un barrio con una rica tradición cultural y artística.

Los murales alicatados están divididos en cuatro piezas, cada una con un significado particular:

• Los tres murales superiores están inspirados en el estilo picassiano, con escenas que evocan el universo visual del pintor malagueño. En ellos se pueden ver figuras cubistas y referencias a su obra, como si el espíritu del artista todavía habitara el barrio.

• El mural inferior, quizá el más simbólico, muestra una escena imaginaria en la que Pablo Picasso y Pepe Isbert comparten una partida de cartas. Se trata de una representación ficticia, pero cargada de significado: aunque en vida nunca fueron conscientes de su coincidencia en la finca, este mural les concede el encuentro que la historia les negó.

Gracias a la obra de Lola Gil, el edificio donde convivieron los dos artistas ha quedado marcado en la memoria urbana. Lo que en su momento fue solo una coincidencia silenciosa, hoy es un punto de interés cultural que recuerda a dos de los grandes nombres del arte y el espectáculo en España. Una composición visual que no solo es un tributo a sus figuras, sino que también juega con la idea de lo que pudo haber sido: ¿qué habrían hablado si se hubieran conocido? ¿Habría influido el pintor en la carrera del actor, o viceversa? El mural invita a imaginar esos encuentros posibles en la historia de Madrid.

Madrid y sus historias ocultas_

Esta representación de arte urbano supone un claro ejemplo de cómo el arte puede actuar como un puente entre el pasado y el presente. A través del arte urbano, el Madrid del siglo XXI sigue dialogando con las historias de sus calles, recordando que incluso los encuentros más fugaces pueden dejar una huella imborrable que invita a los transeúntes a reflexionar sobre la historia que se esconde tras cada rincón de la ciudad.

Hoy, un mural cerámico imagina a ambos genios juntos, como si el destino quisiera enmendar aquel cruce de caminos silencioso, pero… ¿cuántas otras coincidencias han pasado desapercibidas en esta ciudad? ¿Cuántos futuros genios estarán hoy cruzándose en sus escaleras sin saberlo? Madrid, con su carácter castizo y su espíritu bohemio, sigue siendo el escenario de miles de historias donde el arte y la vida se entrelazan sin que nadie repare en ello. Porque así es esta ciudad: un lugar donde la historia se teje en lo cotidiano, esperando a que alguien la descubra.


José Ysbert Alvarruiz, “Pepe Isbert”. Historia de Madrid

José Ysbert Alvarruiz, “Pepe Isbert” (Madrid, 1886-Madrid, 1966)

Como alcalde vuestro que soy, os debo una explicación, y esa explicación que os debo, os la voy a pagar
— Pepe Isbert, en la película "Bienvenido, Mister Marshall"


¿Cómo puedo encontrar la casa en la que pepe isbert y pablo picasso fueron vecinos en Madrid?